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“Es mejor que sobre, a que falte”. No hay una mejor frase que describa esto. Primero por la falta de claridad que implica, y segundo, por lo desproporcionada que puede ser: si faltó uno, es un desastre, pero si sobraron 15 (y no estoy exagerando), no importa. El primero se ve como miserable y egoísta. El otro ni siquiera se cuestiona.
La prisión de las posesiones y la abundancia tiene a la sociedad en un estado de decadencia y insatisfacción más grandes de lo que quisiéramos admitir. Le damos una importancia tan grande a las cosas que tenemos y al nivel de comodidad que sentimos, que lo que se interponga en ese camino se vuelve un enemigo al cual eliminar. No nos damos cuenta que vivimos en una prisión autoimpuesta que nos resta libertad y nos deja atados a sensaciones de éxito y logros solo sostenidas por frágiles columnas.
Al exigir la abundancia en todo lo que tenemos y hacemos, perdemos de vista lo esencial de la vida y nos vemos envueltos en una espiral de consumo que nunca acaba. Incluso, cada vez se hace más grande, pues queremos equiparar el resto de la vida a las exigencias que pone cada nueva posesión: si tengo tal celular, debo conseguir el resto de cosas que estén a ese nivel.
Además, esto pone una presión, que es causa y consecuencia, sobre el mercado y la venta de bienes y servicios. Para poder satisfacer esa supuesta demanda, se siente la necesidad de llenar todas las estanterías y exhibidores, de mostrar la abundancia hasta más no poder, sin importar las implicaciones que eso tiene. Lo que pasa a repetirse en las casas: las neveras y alacenas llenas de comida. Las salas y habitaciones repletas de objetos. A los armarios no les cabe una camiseta más.
Esa idea de ver todo lleno como que nos hace sentir tranquilos y a salvo. Ver alguno de esos espacios vacíos se convierte en uno de los miedos más grandes de la actualidad. Sobretodo por las supuestas consecuencias exageradas que podrían tener: “nos vamos a morir de hambre”, “hay una crisis mundial”, “los otros van a decir que soy pobre o miserable”, “no tengo nada que ponerme”.
Otro de los absurdos más grandes son las miles y miles de toneladas de alimentos que todos los días se desperdician por no cumplir los ridículos estándares de belleza (no de calidad) o por no alcanzar a ser vendidos en unos minúsculos periodos de tiempo. Todo por un supuesto interés de preservar su calidad máxima.
Todo eso refleja una idea falsa y distorsionada de la abundancia. No creo que se trate de tener todo en exceso y que siempre haya “para tirar para el techo” o “botar la casa por la ventana”. La verdadera abundancia nace de ser consciente de las propias necesidades y deseos, se enfoca en lo esencial y tiene en cuenta el corto y el largo plazo. Como la naturaleza que vive en abundancia. Nada sobra. Nada falta.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/esteban-perez/