El auge de movimientos, políticas e ideologías de ultraderecha han vuelto a poner en boga al fascismo, tanto en el discurso como en la práctica, lo cual no deja de causar perplejidad, dado que hasta hacer pocos años generaba estupor, por los horrores traídos a la humanidad, entre ellos los del nazismo, que ha sido una de sus vertientes.
De inmediato, y como era apenas natural y necesario, se activaron las alarmas antifascistas, lo cual, inexorablemente, tensiona más el espectro político, incrementando la polarización, como si no fuera suficiente con la que teníamos. Los incendiarios y guerreristas están felices.
Si bien el término se populariza a principio del siglo pasado en Italia, el fenómeno, lo que implica el concepto, se ha presentado en la humanidad desde la antigüedad, como nos lo recuerda Umberto Eco en su célebre ensayo El fascismo eterno, al plantear que el este es fenómeno ideológico persistente, no limitado a un periodo histórico específico, sino a una estructura mental y política – por tanto, ideológica, agrego – que puede reaparecer bajo distintas formas y en diferentes contextos.
Aunque semántica e ideológicamente puede ser algo disperso, sí hay algunas características inequívocas que tipifican al fascismo como ideología o política y a los fascistas. Eco propone catorce y otros autores otras más, entre ellas que su ideal de sociedad es totalitarista, nacionalista, corporativista, centralista, militarista, guerrerista, violenta, autoritaria, antiliberal, racista, clasista, machista, homófoba, conservadora y populista (para lo que le conviene).
Además, conspiran y promueven el odio, el miedo y los enemigos externos, como forma de cohesión social, al tiempo que manipulan el lenguaje para distorsionar la realidad y controlar a la sociedad. Además, como se anunció desde el primer párrafo, el fascismo es de derecha, y extrema. No hay fascismo de izquierda, así las dos ideologías compartan varios de los rasgos anteriores. Eso sería como decir que hay comunismo de derecha, cuando es de lo más propio de la izquierda radical. Valga la aclaración, porque algunos equiparan el término al populismo sin distingo de ideología, para atenuar su sesgo. Aquí no debe haber ambigüedad.
Dada las previsibles y nefastas consecuencias que se derivan de esta revitalización fascista, hay que hacer todo lo posible para no atizar la hoguera y convertirnos en otro pirómano más. Al tiempo, evitar y prevenir, al máximo, toda la pirotecnia sobre el asunto. Para ello sugiero dos acciones para poner en práctica personal y grupalmente.
Primero, moderar el juicio y el lenguaje. El juicio, empezando por lo elemental, que es distinguir entre quien no es fascista y quien sí lo es. Si una persona o un grupo revisten una o pocas de las características mencionadas no es suficiente para etiquetarla como tal. Tampoco sí es o se considera de derecha; ni siquiera todos los de extrema derecha son fachos. El asunto es más complejo. No podemos ser tan reduccionistas.
Consecuentemente no hay que ir repartiendo fascismo por doquier, como suelen hacer muchas personas de derecha con los que no piensan como ellos, estigmatizando, macartizando, satanizando y hasta criminalizando a los que critican los abusos y políticas de la derecha. Hay muchos más matices que la izquierda y la derecha en el espectro político.
Ya es suficientemente peligroso el bandidismo que reparte la derecha, para ahora regarnos a repartir fascismo a diestra y siniestra, sin saber a veces cuál es la una y cuál es la otra.
El segundo punto esta relacionado también con el juicio (de juzgar), con el criterio y, sobre todo, con la reflexión. Estos fenómenos, como la nueva oleada de derecha extrema y fascista a la vez, llena de jóvenes, lo que es llamativo, no se da por generación espontánea. Antes de juzgar hay que entender, no necesariamente para justificar, pero tampoco para condenar sin merecerlo.
¿Qué está pasando con las personas y la sociedad que estamos volviendo a momentos que ya creíamos superados en nuestro proceso civilizatorio? Aparte de los errores propios, algo o mucho mal hizo la derecha para tener algunos tipos de izquierdas, como las armadas que tenemos en estos momentos en Colombia: ¿Qué es lo malo que ha hecho la izquierda? Más inquietante aún, qué hemos hecho o dejado de hacer los que no nos consideramos ni lo uno ni lo otro. El centro no es para lavarse las manos. Respondamos por lo que nos toca y hemos hecho o dejado de hacer.
Tengo una hipótesis o respuesta tentativa a estas preguntas y al auge de este fenómeno fascista y otros afines, que de tanto en tanto se revitalizan. No hemos entendido por qué han sucedido, en otras palabras, no tenemos un buen diagnóstico, porque nos quedamos en los síntomas de los problemas, en lo superficial y no vamos a sus causas más profundas, que son la “naturaleza” del ser humano y de las relaciones sociales.
Yo me niego a creer que somos esencialmente y, ante todo, guerreristas. Hay sociedades y tiempos, que nos han demostrado lo contrario, sin ser romántico ni ingenuo frente a la “fiesta de la guerra”, como la llamaba Estanislao Zuleta. La pirotecnia fascista tiene su fascinación.
A propósito de este perspectiva, hay un ilustrativa cita del politólogo Juan Diego Pérez en su artículo ¿De qué hablamos cuando hablamos de (nuevos) fascismos?: “Los filósofos Gilles Deleuze y Félix Guattari advertían que todos, bajo ciertas circunstancias, podemos llegar a desear el fascismo. Y este deseo por el fascismo va más allá de la simple manipulación demagógica. Tiene que ver con esa búsqueda de vías de escape a la que muchos nos llegamos a enfrentar en medio de una sociedad capitalista en la que estamos reducidos a ser fuerza de trabajo intercambiable, donde la inseguridad en la existencia es una condición generalizada (pensemos en aspectos que van desde la crisis de salud mental hasta el riesgo del desempleo tecnológico o la ansiedad por la devastación ecológica)”.
He aquí un elemento de juicio, como puede haber muchos más para comprender estos problemas y a quienes los generan, no para justificarlos, pero sí para solucionarlos de raíz. Juicio y prudencia es lo que necesitamos ahora ante tanta pirotecnia fascista. No podemos ser en un pirómano más, fascista o antifascista, porque tampoco será suficiente con vestirse de bombero. La estrategia es evitarlos antes que apagarlos.
P.D. Considero que tanto la revolución industrial y tecnológica tan vertiginosa que estamos viviendo, con la “inteligencia artificial” como principal acelerador, junto con la crisis climática y ambiental, que la mayoría de los fascistas niegan, están también en el germen de estas problemáticas, pero ese tema será objeto de otra columna.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-munera/