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El proyecto de crear en estas tierras el Estado Colombiano tuvo gran parte de su origen en la fantasía enfermiza del General Santander, uno de los peores timadores que ha padecido la historia de este intento de país. Juan Manuel Santos palidece a su lado. Este diminuto ser, este hombre torpe y cobarde en el combate, de miras cortas en su entendimiento tenía, sin embargo, un gran talento: sembrar cizaña, lo cual a la postre sería lo que le entregaría un Estado centralizado en su máxima potencia. Tendría su propio y exiguo reino donde el reyezuelo gobernaría a la usanza de las agonizantes monarquías absolutas que caían una tras otra en Europa.
Santander ha sido transmitido por el relato hegemónico de las élites bogotanas como el gran “hombre de las leyes”. El Derecho es una ciencia civilizatoria, es cierto. Pero, Santander, en lugar de representar el legislador kantiano celoso de razón y de verdad, es más bien algo así como el timador, ese vivaracho que sabe pegarse de la tramoya, de la intriga, de los recovecos oscuros del papel y de la tinta para exprimirlos a su favor. No tenía escrúpulos. Mientras el Libertador confiaba en él y le abría las puertas para que no fuera por siempre un donnadie, el ratoncito Santander conspiraba para asesinarlo en el atentado de 1828 en Bogotá, del cual se salvó por la valentía y la rudeza de una Manuelita que se enfrentó a espada contra los mercenarios que irrumpieron en su cuarto, mientras conseguía que Bolívar lograra escapar por la ventana.
En su magnanimidad, aun así, el Libertador lo perdonó. Pero desde ese mismo momento el General Santander no cejaría en su empeño de matar, encarcelar o enviar al ostracismo a Bolívar. De forma paralela, Santander comenzaba a dar forma a un Estado del cual necesitaba que naciera una patria. Pero esto nunca sucedió. Lo que sí se mantuvo fue un Estado centralizado y presidencialista. Aunque si nos adentramos más en el entendimiento del concepto “patria”, debemos reconocer que éste se sostiene sobre tres pilares: un espacio o, más bien, un territorio para el habitar; unas costumbres y tradiciones comunes pese a la siempre presente y necesaria diversidad; y un Mito fundacional a partir del cual se forjara la pertenencia a un determinado destino colectivo germinando del tronco del árbol de ese mito.
Santander tendría el territorio, producto del golpe con el cual se destruía finalmente la Gran Colombia, el sueño por el que rodó la sangre de los patriotas. Pero no alcanzaría nunca una identidad nacional. Y es que, si lo pensamos bien, ¿qué cosas nos unen como país? Algunos responderán superfluamente que la selección Colombia o el sancocho. Pero la cuestión es más honda. Y en su sustrato esencial esa Colombia que vemos no es otra cosa que un amasijo de guerra perpetua y corrupción. Y también de espolio. Pero nuestras costumbres son distintas, nuestro arte es distinto, nuestra gastronomía es distinta, los valores y la forma como respondemos a las preguntas vitales de la existencia son distintas. Las nacionalidades están en las Regiones.
Si reflexionamos en ello, suspendiendo esa construcción que nos impusieron desde niños como “Colombia”, lo que encontramos es que, en efecto, las nacionalidades residen en las Regiones. En cada geografía existe una historicidad marcada por las características biofísicas del espacio, por la memoria colectiva, por la forma en que se narra el origen y su desarrollo, y por la producción espiritual. Esta producción espiritual está sobre todo expresada en el arte. Para decirlo con un ejemplo: una cosa es Gabo y otra Tomás Carrasquilla, cada uno en su grandeza y en su hermosura. Mientras más tardemos en reconocer esta verdad empírica, más guerra, más corrupción, más expolio.
Ahora bien, al enfrentarnos a ese otro pilar de la patria, el Mito originario de lo que aprendimos a llamar “Colombia”, aparece un pasmoso silencio, una bruma. Los galos, los indios, los chinos, los germanos, los griegos, los italianos… todos tienen su mito originario que los fundamente. El relato institucional, el hegemónico, ha querido zanjar esta pregunta trascendental afirmando que Bolívar y la gesta de Independencia es nuestro Mito fundador. Y no se equivocan. El único problema es que el Libertador no luchó por estados diminutos, atomizados y hasta enemigos, sino que entregó su vida por una Patria Grande, en donde las identidades nacionales pudieran desarrollar su singularidad, a la vez que cooperaban mutuamente por propósitos comunes.
Las autoridades del departamento de Antioquia, pese a las dudas que genera la estructura politiquera de su gabinete, han tomado una iniciativa necesaria: promover un Referendo por la autonomía fiscal de las regiones. Debería ir más lejos, pero es un inicio acertado para poner en el debate público conversaciones incómodas que mantenemos en ese sustrato de nuestro ser donde las cosas se saben, pero simple y llanamente las callamos.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/julian-vasquez/