Las mujeres somos media humanidad. Nacimos extrañamente partidos en la mitad, la naturaleza no se equivoca, 50,5% hombres y 49,5% mujeres. 

Es perfecto si lo pensamos un poco. Una especie que antes de su desarrollo cultural y social sigue siendo una más del reino animal que se divide perfectamente para su supervivencia en este planeta.

Ya sabemos que somos más que nuestros rasgos biológicos, mucho más que los cuerpos entregados al nacer. Tenemos mente e imaginación que, a diferencia de otros animales, nos ha permitido crear obras maestras de literatura, de música, nos ha puesto en Marte, nos permitió construir pirámides, adorar al sol y la luna y, además, nos permite escoger nuestra identidad. Podemos ser distintos creando y manifestando lo que elegimos en un mundo largo y ancho de millones de posibilidades. Podemos elegir ser mujeres, hombres, no binarios, orientar nuestra sexualidad como deseemos.

Sin embargo, en un mundo que evidentemente es diverso, se impone avasallante una sola mirada. Una forma de ver el mundo. Así que podemos ser queer u homosexuales, mujeres o de género fluido, pero los ojos que nos ponemos para ver la mayoría de los asuntos que nos atraviesan la vida, son masculinos. 

El trabajo por ejemplo, es un perfecto ejemplo de la mirada patriarcal: es lineal, orientado al logro, hostil, mental. No hay mucha cabida para lo distinto, cíclico, emocional, intuitivo, solidario. Algunos atisbos tiene ese mundo de otras miradas, pero digámonos la verdad, son residuales. 

La ciencia, por otro lado, prueba sus medicamentos principalmente en hombres. Aunque haya recomendaciones para que los ensayos clínicos tengan  “enfoque de género”, aún no se regula. Los medicamentos que tomamos, como los antiinflamatorios, son ensayados sin tener en cuenta los cambios hormonales de las mujeres.

La industria automotriz, que ha sido innovadora en su sistema de seguridad para los conductores, hace test de choques para garantizar que los airbags reduzcan el daño ante un accidente, pero que sorpresa que los “muñecos” con los que hacen las pruebas son de las dimensiones corporales de hombres, no de mujeres, no consideran ni el peso, ni las tetas, ni el ancho de las caderas de los cuerpos femeninos. 

La industria textil tiene todavía osadas marcas de ropa de mujer que se definen como “ropa que te escogería un hombre”. Está atiborrada de escotes incómodos, tacones inhumanos, encajes que pican, pantalones que aprietan, brazieres que laceran, vestidos de baño que muestran todas nuestras inseguridades. ¿Quien diseñó esto? Sin duda no le importó en lo más mínimo la mirada de mujer, solo el objeto de deseo potencial de nuestros cuerpos. 

Y hay más: la altura de las estanterías en los supermercados, la temperatura promedio en las oficinas, el diseño de los vestieres, hasta el mismísimo Vitruvio de Da Vinci y los arquetipos de Jung. Todo hecho a imagen y semejanza del  hombre. 

Falta cuando menos la mitad de la mirada, sin contar, como he mencionado, las otras formas diversas de existir. Falta el mundo diseñado para quienes existimos en este planeta siendo seres que menstrúan mensualmente y piensan/sienten distinto en cada fase, falta un mundo para seres con tetas, con vulva, con manos más pequeñas, con cuellos más angostos y sin manzana de Adán. 

Faltan salas de lactancia dignas, porque no podemos programar la extracción de leche a la hora en la que las salas de juntas no estén ocupadas. Faltan baños con lavamanos dentro para que podamos cambiarnos la copa menstrual sin salir con las manos llenas de sangre. Faltan medios de transporte en los que no tengan que tocarnos el culo por andar apretadas, falta medicina que comprenda nuestros cambios hormonales, faltan anticonceptivos que puedan tomar los hombres que son fértiles 365 días del año -o 366 si es bisiesto- y nosotras que apenas lo somos 60 días al año y aún así somos quienes nos atiborramos de pastillas. Faltan carros en los que podamos andar seguras, faltan botellas que podamos abrir con nuestra fuerza, faltan alicates que podamos coger con nuestras manos, falta ropa cómoda. Pues para el mundo masculino, que en todo ve una oportunidad de negocio, sí que hay un mercado.

El mundo está diseñado para hombres y por hombres. Los pocos inventos que han entendido a los cuerpos de mujer son caricaturizados. El satisfyer, por ejemplo, sobre el que ahora ruedan memes por todas partes porque se sienten amenazados de un producto que se creó entendiendo que tenemos clitoris. La ropa interior que no nos maltrata y nos hace sentir cómodas, la ven poco sexy. Hasta los pantalones que nos permiten movernos toca nombrarlos como “boyfriends” porque qué tal que se llamaran simplemente “bluejeans cómodos para mujer”.

Nos perdemos la mitad cuando la metemos debajo del tapete. Es lamentable que solo hasta ahora podamos conocer la pluma de las mujeres porque la historia griega, romana o egipcia, no tienen tinta de mujer, no sabremos jamás cómo ellas miraron el inicio de la civilización. Los textos sagrados que movilizan el mundo tampoco fueron escritos, ni tan solo en un solo párrafo por mujeres, tampoco el derecho, la poesía clásica, o el teatro. Es decir, las reglas, el arte, lo más místico de la humanidad, es completamente masculino.

Estamos cimentados en pensamiento de varón, nos parece normal no tener referentes mujeres como Jesús o Buda,  o hablar solo de Sócrates o Platón, aprender álgebra sólo de Baldor. Adorar lo sagrado en el nombre del “señor”.

Hemos avanzado, pero la tierra que pisamos, esa sobre la que hoy se levantan las ciudades, los imperios económicos, los estrados de los jueces y los quirófanos de los médicos, es masculina. 

Y no basta con ponerle a las profesiones una A al final porque mientras el pensamiento no esté moldeado igualmente por las miradas de hombres y mujeres, siempre estaremos incompletos, literalmente a medias. 

No queremos encajar en un molde al que le falta la mitad, no queremos tener que darnos la vuelta para caber, disfrazarnos de hombre para ser tomadas en serio, ser menos emocionales para no incomodar o amar en silencio para no espantar.

Somos distintos y ahí está la magia, pero no hay tal belleza en la diferencia cuando una de dos cosas que coexisten, tiene mayor valor y más cabida en el mundo. El gran éxito de la homogeneizada sociedad es hacernos incluso olvidar a nosotras cuál es esa mirada, hemos vivido tanto tiempo en la otra que recuperar la nuestra es una tarea compleja, por eso muchas no estarán de acuerdo, les han robado sus ojos. 

Que esta renovada oportunidad de empezar nos lleve aunque sea una milla más adelante en esa mirada, un centímetro más profundo hacia un mundo tan femenino como masculino. Que este año más hombres quieran conocer la otra mitad del mundo y más mujeres podamos sacar a bailar públicamente nuestras propias formas. 

3.9/5 - (23 votos)

Compartir

Te podría interesar