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Juan Felipe Gaviria

La osadía de la nostalgia

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"Quería hacerle un homenaje a los momentos que se tratan de momentos. Brindar hacia el pasado, porque es normal. Porque sentir nostalgia y su melancolía me gusta."

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La nostalgia hay veces nos sorprende. Puede ser en la soledad oscura de los cines. Ahí, donde existe la promesa de una distracción común que es, por algunos, fingida en amores, preocupaciones o, ella misma, nostalgias. También en los regresos solitarios a casa. Ratos transitorios en donde nos transporta de un entre a un antes. O puede ser en reuniones de amigos, lejos del silencio que es el que deja que nos colme y asalte cada poro. Como normalmente prefiere asaltarnos. Pero ella casi siempre llega por una invitación casual. Una coincidencia. Alguien ofrece una historia que te recuerda a la tuya, a la que ya está lejos, enterrada en el pasado. Muchas veces la evoca una canción, una de esas, que, aunque pasen los años, te transportan a un instante, probablemente de amor, donde palpas otra vez el olor de ella, donde vuelves a sentir tu pulso subir y revives esa debilidad corporal que solo regalan los nervios, la plenitud, y la conexión. Porque puede que el amor se encuentra entre esas tres.

Nos caza, nos carcome y fallamos, como fallan los mejores lingüistas, en darle un significado propicio, holístico, verdadero, a aquellos ratos que todos tenemos y que estoy seguro nadie entiende bien, pero a los que nos toca recurrir a la única palabra que ha adquirido una reputación suficiente para cubrirlo: nostalgia.

Pero, aunque ella llegue sin aviso, hay veces también la añoramos. Queremos sentirla, en todo su sabor despiadadamente agridulce. Nos arrastramos a ese lugar donde en algún momento, atrapado en el ayer, vivimos. Vivimos unos de esos momentos, que, si pudiéramos, los adjetiváramos para describirnos. Porque somos nosotros por ellos, como somos nosotros por el color de nuestros ojos. Hay que volver a ese lugar, te dices. A esa manga abierta donde fuiste feliz, o a esa quebrada donde sonó el vallenato y se destaparon cervezas, o en esa cubierta donde te permeó la sal del mar mientras buscabas un solo momento del horizonte que no fuera azul. Allí, tienes que volver allí. No a vivir. No. Ni a sembrar otro picnic ni a gozar con amigos, pero a recordar. A conducirte al pasado. A eliminar todo obstáculo y que solo quede el tiempo. El único que nunca podremos vencer. Y ahí, parado en un silencio extraño, intencional, dejar que el pasado fluya. Contarte tu historia y entenderla. Sentirla. Volver a vivir lo que fue antes de que no se pueda más.

¿Pero por qué? No sabes muy bien por qué. Pero quizá porque la vida se trata también de recordar. Porque no importa lo que diga el último gurú espiritual sobre el poder del presente, el pasado importa y nunca podremos escapar de él. Porque todos tenemos ratos importantes, lugares favoritos, olores que nos hacen delirar y canciones que nos ponen a llorar. Y todo en nombre de su ayer. Puede ser porque la nostalgia se acerque a hacernos nosotros. Que esa fantasía de regresar a lo que ya no está, absurda y sin sentido, capture bien algo así como el espíritu humano. El que le encuentra significado a lo ilógico.

Quería hacerle un homenaje a los momentos que se tratan de momentos. Brindar hacia el pasado, porque es normal. Porque sentir nostalgia y su melancolía me gusta. Aunque me haga llorar cuando es demasiado fuerte. Porque hay veces es difícil aceptar que vivimos tantas vidas, tantas rutinas, tantas personas en esta inconstante que es la existencia. Donde las rutinas se nos escapan sin notarlo, donde el tiempo despide a personas de nuestra vida por nosotros, donde los lugares que ocupamos cambian sin que les demos permiso. Y hay veces, en esos asedios inesperados de lucidez y recuerdo, nos toca decir, entre fuerza y debilidad, “¿en qué momento?”.

Y esa es la nostalgia. La que nos regala la osadía para posar una pregunta que nunca podremos responder. La que nos inculca el atrevimiento para cuestionar el presente en nombre del ayer. Sobre lo que no es, pero fue. Y, por momentos, sentir esa frustración impotente contra lo obligatorio que son las despedidas. Pero lo sentimos. Y lo seguiremos haciendo. Porque así somos y así siempre seremos. Porque, como lo dijo una vez mi abuelo, hay que alimentar futuras nostalgias, pues de eso está hecha la vida.

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