La moderna

Ni princesa de Disney, ni mamá Carulla, tampoco frígida y menos marimacha, ni monja, pero tampoco puta, casada pero libre, libre pero no soltera, soltera pero digna, digna pero disponible, disponible pero no regalada, trabajadora pero femenina, femenina pero no sumisa, sumisa pero solo en la cama. 

Relaciones poliamorosas con acuerdos de libertad, con responsabilidad afectiva, pero sin cadenas, juntos pero no revueltos, cerquita pero lejos, exclusivos pero tranquilos, monógamos y honestos, honestos, pero sin decirlo todo; conexiones grandes que no asusten nada, nada pero todo. 

Vivir el presente, pero proyectar el futuro, aprender del pasado, pero que no existe, estar aquí, pero no ahora, ahora pero no aquí, ¡Ah no! que es aquí y ahora. Espiritual, pero mental, mental pero emocional, emocional pero en equilibrio, en equilibrio pero flexible, flexible pero con postura, con postura pero no escandalosos, ateo pero espiritual, espiritual pero no religioso. 

Político pero no politiquero, capitalista pero no uribista, de izquierda pero no petrista , pacifista, pero no santista, la paz sí, pero no así, democracia pero de unos pocos, dictadura, pero no tan dura.

No se me enreden que no es un trabalenguas, básicamente es el siglo XXI, uno donde no solo hay que aprender a cambiar constantemente las funciones del celular con cada actualización y la forma de llamar a un teléfono fijo, sino la forma de ser mujer, de trabajar, de relacionarse con los demás, de vestir, de comer, de mirar. 

Cuando uno apenas está entendiendo una, ya hay quinientas nuevas teorías de cómo vivir mejor, de ser más saludable, de tener relaciones sanas, amistades honestas, trabajos con propósito, hijos bien educados, casas modernas, electrodomésticos que no les falta sino saludar, apps para solucionar todo en la vida, menos la memoria de la contraseña para abrir cada una (ah, mentiras, sí hay de esa).

Que la hoja de vida ya no se hace así, que a las personas ya no se les pregunta esas cosas, que el jefe ya no puede llamar a esa hora, que las parejas ya no se reclaman eso, que ya nos cae mal el gluten, que ya sí se puede comer carne, ¡Ah, no! ¡Qué ya no!

Qué fatiga

Qué cansancio

Qué desgaste

Qué locura

Qué enredo

Ser la chica cool y moderna es un trabajo de tiempo completo no remunerado, al que además uno no se postula, básicamente le cae de repente sobre los hombros cualquier día caminando por la calle. 

Yo me declaro una candidata sin el perfil ajustado para la modernidad. Y lo he intentado, de verdad que sí, pero no doy la talla, no tengo las capacidades de la cuarta revolución o mi algoritmo de aprendizaje se mareó, o no se qué pueda ser, pero la fatiga de la tendencias me sobrepasa. 

En ciertos aspectos de la vida me siento más en forma para correr la maratón del cambio inclemente, pero no me alcanza para todos, la energía tal vez sea limitada y no me basta. 

Le estamos pidiendo peras al olmo. Con pequeñas exigencias, tal vez inconscientes, solicitamos a la humanidad súper mujeres y súper hombres. No va a ser posible llegar al nivel de perfección que nos estamos exigiendo a nosotros mismos y a los demás. Parecemos una calificación de Uber, 4 de 5 estrellitas, 3 de 10 corazoncitos, nadie, además, pone la nota máxima, ¡Qué tal!

Bajémosle 3 de volumen a la autoexigencia, a la exigencia a los demás. Nunca nada va a ser tal cual lo imaginamos porque hasta nuestra imaginación es imperfecta. 

Todos vamos haciendo más o menos lo que podemos, como lo recordaba hace poco Mauricio Garcia Villegas, adaptándonos a unos tiempos para los cuales nuestro cerebro aún no ha evolucionado. 

Las ideas y las ficciones se crean y se dispersan mucho más rápido que nosotros y aunque fuéramos maratonistas expertos no vamos a ir ni cerca de ellas para entenderlas, incorpóralas, compararlas con la anterior o con su antítesis. 

Mi única sugerencia, la que me sirve ante semejante fatiga, es ser cada día lo más auténticos posible, categorizar menos, vivir más liviano, no dar explicaciones sobre todo lo que pensamos y no tratar de encajar que, considero, es la raíz del problema. 

Por último, sigamos preguntándonos y dudando de todo, pero no nos llevemos a una confusión tal que se pierdan la dicha y el gozo de la vida, las cosas pequeñas y el disfrute de estarlo intentando. Que la modernidad no desconozca el viejo placer de vivir.

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