La guerra que nunca se fue

La guerra que nunca se fue

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Dieron la orden. Paramos.

Ser colombiano es aprender a vivir sin entender. Tuvimos la oportunidad genuina de construir la paz y fuimos condenados a la guerra por un discurso que esconde un miedo profundo a la verdad. No fuimos capaces de ponernos de acuerdo en que en una guerra se cometen crímenes atroces y que la mejor forma de sanar a Colombia es contar esas realidades para dar algo de calma a las víctimas y para que nunca vuelva a ocurrir. No se trata de lanzar a medio país a la hoguera, se trata de que todos cuenten su verdad y opere la justicia transicional, inventada justamente para poner fin a los conflictos en los que las partes han estado en guerra.

El cuello de botella que nos condenó fue la verdad, la justicia. Detrás del hambre de poder que ha enceguecido a un buen sector de la política colombiana se encuentra un deseo de impunidad. La disputa se ha centrado en quién escribe la historia y no en cuál es la historia que debe ser escrita. Los de traje han condenado a los de ruana.

Paramos.

La guerra, como negación total de los derechos, somete a las personas a las humillaciones más terribles, a abusos, a atropellos, a dolores inimaginables. En un país que vive de guerra en guerra, donde en el campo prácticamente todo el mundo ha sido víctima, en un país que es un cementerio, una tumba, una fosa, no me puedo imaginar el frío que recorre por dentro a una madre a la que le dicen que se tiene que encerrar, otra vez. ¿Como serán los recuerdos? ¿Los miedos? ¿El dolor de estómago? ¿De pecho? ¿Le sudarán las manos? ¿Como será la impotencia?

En Bogotá, consejos de seguridad, discursos de victorias pírricas, celebraciones de capturados reemplazables, obediencia en la guerra contra las drogas, historias de manzanas podridas, profesionales admirables frustrados porque no logran que sus objetivos se cumplan en medio de morros de expedientes, escasez de recursos y falta de voluntad de sus jefes. En el campo, lo dicho: miedo, impotencia, dolor y pobreza.

No podemos seguir haciendo lo mismo y esperar obtener resultados diferentes. La disputa del territorio en contra de los ilegales sigue vigente y requiere un cambio profundo en la política que permita definir prioridades y estrategias diferentes partiendo del agotamiento de lo actual. La fórmula de glifosato, minería ilegal y presencia casi exclusivamente militar del Estado se ha agotado. Tampoco podemos seguir ignorando la corrupción, basta revisar que, por ejemplo, en el Bajo Cauca Antioqueño, en los últimos 10 años han capturado 9 alcaldes.

Dieron la orden.

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