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La experiencia terrenal

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Algo le entristecía a García Márquez: no poder escribir sobre su propia muerte. Lo cuenta su hijo Rodrigo en el libro Gabo y Mercedes, una despedida.

También leí, en alguno de sus libros, que la muerte para él significaba no volver a ver a sus amigos. El Nobel era un contador de historias, “la persona con más imaginación que ha existido en este planeta”, como escribió Alessandro Baricco. La muerte significaba el fin de esa posibilidad y capacidad espontánea que tenía de narrar el mundo de manera jocosa y profunda, por el simple placer de narrarlo. O porque no sabía hacer nada más. Después de la muerte, las historias las cuentan los otros.

La idea de la muerte está ligada a la vida. Es inevitable pensar en una sin pensar en la otra. Por eso, desde hace unos años, he elegido abrazar la experiencia terrenal como la única posible. Antes me daba miedo morirme. Me imaginaba sola en algún lugar oscuro y frío sin la posibilidad de hacer nada. Luego pensé en que si antes de nacer no existía nada, sería igual cuando muriera. Esto me dio tranquilidad y desde ese día hice las paces con esa idea.

En nuestra vida nos la pasamos acumulando cosas y buscando más, comprando más, alcanzando más, queriendo más. Nada no es suficiente. Y nos obsesionamos de igual manera con que hay algo más después de esta existencia. Nadie lo sabe, no hay forma de escribirlo o de contarlo. Yo prefiero pensar en que sólo tengo esta vida. Nunca un segundo de la existencia es igual al anterior. ¿No es acaso maravillosa la experiencia terrenal cuando comprendemos la diversidad del tiempo y la abundancia de las posibilidades?

De manera poética, quizá como quería hacerlo García Márquez, me gusta pensar que los seres que he querido y ya no están viven en un planeta lejano en otra galaxia. Pero en realidad lo que siento es que viven en los recuerdos y en mi corazón. Me queda la certeza de haberlos conocido, de haberlos amado, de haber convivido con ellos aunque fuera poco tiempo. Lo digo pensando en mis abuelos, en mi tía Inés, en mi tío Gustavo, en mi tía Clara Alicia, en mi amiga Camila, en mi amigo Manuel, en Cándida, en mi perro Gabo. Sé que nunca los volveré a ver en la forma en que los conocí. Hicieron parte de esta vida. Ninguno se fue para que yo aprendiera o entendiera algo específico. Los seres vivos nacemos y morimos.

Me parece egoísta pensar que los seres se mueren para que otros seres aprendan lecciones.

Pienso muchísimo en la muerte, tal vez más de lo que muchas personas lo hacen. A algunos, la sola idea los aterroriza y prefieren no pensar en ella. Yo en cambio, a todas las personas vivas que conozco ya las he enterrado muchas veces en mi mente. Seguramente a manera de anticiparme a un dolor que será inevitable. También porque eso me da la perspectiva de lo inminente y de que lo que no haga en esta vida, no creo que lo pueda hacer en otra.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/amalia-uribe/

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