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La educación (im)pertinente

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Pocos temas tan recurrentes en los foros y en las discusiones sobre la educación como su pertinencia. Poca y limitada es también la concepción que se tiene de este asunto tan importante como amplio. Se entiende comúnmente la pertinencia como el imperativo de que la educación responda a las demandas del “mercado”, reducido, a su vez, a las necesidades de personal de las empresas.

Por supuesto que la academia debe formar a las personas para suplir la oferta laboral existente, pero no debe ser su única ni principal función; tampoco es condición indispensable de la pertinencia. La formación pertinente no solo debe ser respuesta, sino también propuesta y apuesta.


Sé lo difícil que es generar empleo y lo desilusionante que es no encontrar personas formadas para las vacantes: esto es una patología tanto económica como social, que no es exclusiva de Colombia. Conozco también cantidades de programas, diplomados y cursos que se ofrecen sin consultar las dinámicas del mercado y de las organizaciones, así como el desencanto de quienes los realizan al no encontrar un trabajo decente.

Pero el reto de la pertinencia educativa es mucho más complejo que el desacople estructural entre la oferta y la demanda laboral; entre el sector productivo y el educativo. Va, incluso, más allá del desafío de la empleabilidad, y aquí hay responsabilidad de ambas partes, Veamos algunos matices, empezando por remarcar lo hasta ahora dicho.

  • Responder a las demandas empresariales. Sí, es pertinente e indispensable formar a las personas para los empleos o trabajos que genera, actualmente, el sector productivo.
  • Reconocer la dinámica empresarial. Es pertinente, cuando el mercado no los requiere, no seguir ofreciendo programas o cursos para personas que buscan mejorar su perfil laboral (upskilling) o desarrollar competencias para nuevos ámbitos (reskilling), buscando mejorar o mantener su empleabilidad. (Aquí íbamos. Sigamos entonces…) 
  • Comprender las vocaciones personales y regionales. Es pertinente que los empresarios se esfuercen por comprender por qué aun “habiendo mucho trabajo, no hay quien trabaje”. Quedarse con explicaciones facilistas como es que “hay mucho vago” o “la academia no forma la mano de obra y el personal que necesitamos”, aunque sea también verdad, ni explica todo ni soluciona nada. Hay que estudiar las vocaciones regionales y personales. Por ejemplo, por más bien pago que sea en este momento, no todo el mundo quiere formarse como programador, ni en todas las latitudes les interesa.
  • Responder a la nueva oferta laboral. Es pertinente entender que, así como hay cantidades de vacantes empresariales para los trabajos existentes, también hay grandes vacíos empresariales para los talentos actuales. Hay muchos y buenos trabajadores para industrias que no existen o están incipientemente desarrolladas. Los gamers y las mujeres futbolistas son ejemplo de ello. ¿Por qué no desarrollar más y mejor estas prometedoras industrias?, más cuando en algunos países son tan exitosas.
  • Hacer apuestas empresariales y laborales. Es pertinente comprender que la Cuarta Revolución Industrial y la agenda de la sostenibilidad demandan trabajos, y por ende formación, en ámbitos hasta ahora inexplorados, o por lo menos desde el punto de vista económico, tales como personas para conversar con empatía, indispensables en un mundo donde la soledad contrasta con su estridencia. Hay que hacer apuestas como las que hicieron hace pocas décadas algunas personas por las mascotas: la realidad les dio la razón y hoy es una industria cada vez más sofisticada. Los trabajos y empresas con más futuro tienen que ver con la conservación del planeta y con las capacidades socioemocionales, que no son ni serán reemplazables por una “inteligencia artificial” ni por la automatización.
  • No todas las personas deben o tienen que estudiar. Es pertinente entender que la única manera de conocer y aprender no es a través de la educación escolarizada ni de los libros. La ciencia y la filosofía no tienen el monopolio del conocimiento. Se puede adquirir a través de la sabiduría de la naturaleza, de la experiencia, de la reflexión, o de los ritos y mitos. Por fortuna, hoy existe una figura que se llama “reconocimiento de saberes”, que avalan esas otras formas de aprender. Se puede ser profundamente culto, aun siendo iletrado. No todo el mundo debe ni tiene que ir a la escuela. Más aún, no son pocos los casos en los que la escuela deforma más de lo que forma.   
  • La educación también puede ser ocio. Es pertinente asumir la educación también como ocio y disfrute. No todo es negocio (una negación del ocio, como lo indica su etimología). La religión del mercado nos insta a empresarizar toda nuestra existencia, a “monetizar” todo, hasta lo más íntimo. Esta perspectiva de la educación como ocio tiene una dimensión transversal, que implica talento didáctico para hacer el conocimiento agradable, pero también, y aun asumiéndolo como negocio, a entender que hay personas que quieren estudiar solo por placer: en este caso el negocio es ofrecer también programas o seminarios para el disfrute. Un curso sobre cocina o historia, por ejemplo, se puede hacer solo por gusto, sin pretensión laboral.
  • La educación es para la vida más que para el trabajo. Es pertinente, hoy más que nunca y no como un eslogan, formarnos ante todo para saber vivir y convivir, y no solo para un oficio o profesión (saber hacer). El vertiginoso desarrollo tecnológico y el cambio climático nos lo exigen. Prepararnos para diferenciarnos de la “inteligencia artificial” y para ralentizar el calentamiento global, que es una cuestión de supervivencia, son los dos retos educativos más grandes que tenemos. Y, de nuevo, esto también puede ser una oportunidad laboral y una posibilidad de negocio. ¡No está mal la paradoja!

La educación es impertinente cuando reduce estos y otros matices al primero. El acople debe ser entre la vida y el trabajo, no solo entre la demanda y la oferta laboral. Es cuestión de pragmatismo, no de romanticismo ni de humanismo, que tampoco tienen nada de malo. La economía de mercado y el capitalismo mismo necesitan oxigenarse con nuevas economías, nuevas industrias, nuevos negocios, nuevas empresas, nuevos oficios… Y, por supuesto, con una nueva educación, impertinente frente a la tradición y pertinente para el reto educativo y de gestión más grande del siglo: equilibrar el desarrollo tecnológico con la sostenibilidad del planeta.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-munera/

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