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La educación formal se trata como se ha tratado la comida rápida y a la industria: producir en cantidad, sin importar la calidad. Buscar repetir siempre lo mismo, abaratando los costos sin importar las impactos o daños que pueda generar. Lo que da como resultado empleados obedientes y consumidores inconscientes. Qué buen negocio.
La educación, sobre todo la de los niños, debe ser un espacio para desarrollar los talentos y capacidades únicas de cada uno. Pero se hace justo lo contrario. A la gran mayoría estos espacios los limitan y les impiden desarrollarse tal y como son. No se enseña lo importante, no enseñan a vivir en comunidad, a desarrollar la propia identidad, a vivir en el mundo real, a disfrutar la soledad, a manejar las emociones, a ser capaz de tomar riesgos. Todos somos medidos bajo los mismos criterios.
Eso hace que las personas sean intercambiables y produce un exceso de confianza en el sistema y en la forma en la que las cosas deberían ser. Se inhibe la creatividad, la propia identidad y el deseo de buscar desplegarse. Porque con un modelo tan estandarizado, es más fácil simplemente esperar a que las cosas pasen y que la vida esté resuelta.
En un mundo en el que somos un número, necesitamos cada vez promover la creatividad, iniciativa, proactividad y pensamiento crítico. Pero sobre todo el deseo de ayudar a otros, sintiéndose parte de una comunidad y de un planeta interconectado.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/esteban-perez/