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La diosa fortuna

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¿Cuánto de lo tenemos o somos se debe a nosotros mismos? ¿Cuáles de nuestros logros y nuestras victorias se debieron a nuestra agencia? ¿A nuestro esfuerzo? Son preguntas complejas. Todos queremos pensar que somos amos de nuestro destino, que el camino que recorremos ha sido elección nuestra y, sobre todo, que lo que valoramos de nuestras vidas han sido ganancias meritorias. O al menos, unas en las que nuestras decisiones y acciones fueron fundamentales.

En general, las personas tenemos una alta percepción de control sobre nuestros asuntos. Pero esto puede depender bastante de nuestras circunstancias sociales. Aunque el 55% de los colombianos de altos ingresos señalaron en 2020 que sentían un alto grado de control y libertad sobre sus decisiones, este porcentaje baja a 47% y 43% con personas de ingresos bajos y medios, según la Encuesta Mundial de Valores. Algo similar pasa con la creencia de que el trabajo duro es más importante para el éxito que la suerte o las conexiones, algo con lo que están muy de acuerdo el 39% de las personas de más altos ingresos, pero solo el 29% de las personas de más bajos ingresos. Si lo comparamos con el resto del mundo, son porcentajes altos. Solo el 19% de toda la muestra de 80 países de la Encuesta siente un alto control sobre sus decisiones y solo el 24% cree que el trabajo duro es suficiente para lograr el éxito.

Ahora, esta es una pregunta sobre la percepción de control y perspectivas de mérito que tenemos las personas. Hay siempre una distancia entre esta idea -basada en modelos mentales sobre el optimismo y la justicia, pero soportada por las esperanzas que tenemos sobre nuestro propio futuro- y la realidad. También, estas creencias pueden tener influencia sobre nuestro apoyo a lo que podríamos denominas “políticas de justicia en contra del azar”. En particular, políticas sociales de recuperación que intentan contener las peores consecuencias de desigualdades económicas y dinámicas azarosas como el desempleo, los accidentes o los problemas de salud inesperados. Nuestro entramado de políticas sociales son en muchos sentidos parte de nuestra respuesta social a las inclemencias de la fortuna. No sorprende entonces que entre más crea una persona que los méritos son personales y explicados por el esfuerzo, menos apoye políticas benefactoras de los que, a sus ojos, “no se esfuerzan suficiente”.

En uno de sus célebres ensayos, Michel de Montaigne hace sus recurrentes vuelta canelas reflexivas sobre su propia vida, lo que ha conseguido y lo que no, las oportunidades que dejó pasar y las que aprovechó. En un principio parece una reivindicación del espíritu liberal que arremeterá a Occidente unas décadas después, una confianza profunda en la pura voluntad humana. Pero Montaigne no es solo eso, es también producto de su lectura y admiración por los clásicos de Roma y Grecia. Y los antiguos adoraban a la diosa Fortuna y la temían, con su caprichosa rueda que hacía que algunos ganaran sus favores, para poco después perderlos completamente. Y otros, a los que se los negaba siempre y sin explicación. Los desdichados.

Montaigne recuerda a la diosa en la mitad de su ensayo, y luego de listar todo lo que ha hecho o podría hacer, que no es tanto; de señalar los tímidos límites de su voluntad, se pone en sus manos, citando a Virgilio: fortunae cetera mando (Lo demás lo dejo a la fortuna).

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-silva/

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