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La libertad de prensa es un fundamento necesario de cualquier sociedad democrática. Permite la crítica abierta de funcionarios y crea un canal de expresión para el zeitgeist de un pueblo; nos informa de las historias que definen nuestra sociedad; expone las injusticias que deben corregir nuestros aparatos jurídicos; revela verdades de instituciones públicas o privadas que violan el progreso de la sociedad. La prensa nos advierte, desde sus escritores inspirados, de las leyes injustas que pueden pasar sin que las leamos y de las indignaciones que suceden en nuestro vecindario y nos rellenan de inspiración con sus perfiles de los ciudadanos ejemplares que nos rodean.
Admiro la prensa, si no es obvio a través del párrafo pasado. Me parece una de las instituciones más valiosas para la evaluación y reevaluación de quienes somos. Los periodistas son los taquígrafos de nuestro mundo. Protestan que la vida solo pase. Cementan el pasado en nuestras conversaciones y nos invitan a reflexionar antes de que vuelva a pasar la próxima injusticia.
Según un estudio de consumo de medios en los Estados Unidos, 2018 fue el primer año donde los medios digitales ostentaron mayor uso que los medios tradicionales. El punto es: el consumo de nuestras noticias y nuestra prensa se ha vuelto mayoritariamente digital. Le recuerdo dónde está leyendo este artículo. Como la mayoría del consumo digital, también se ha vuelto menos consciente; más jalado por algoritmos y búsquedas de clics. Es entonces más difícil encontrar ese espíritu maravilloso del periodismo. Como muchas cosas, se ha vuelto más de tendencias e instantes que de análisis cuidadoso.
No quiero decir que extraño el suave tacto del papel periódico en las mañanas para oler su tinta y después envolverlo para prender las velas de mi mundo arcaico. El mundo avanza y los medios por los que nos informamos cambian. De muchas maneras, se han vuelto mejores, más accesibles, con mayor capacidad de llegarle a lectores ansiosos. También se han vuelto instantáneos, regalándonos la posibilidad de entender al instante lo que pasa alrededor del globo (la discusión sobre los efectos de la sobreestimulación es para otro día). Lo más importante para mí, es que logremos un nivel de consciencia comunitaria que permita que el periodismo pueda alcanzar el valor social que ostenta para elevar nuestra democracia. No denigrarla, como parece hacerlo a veces en su rampante búsqueda de clics.
Este fue un recordatorio que vino a mí desde la noticia de que Semana se había vuelto el medio digital más leído del país. Pues si es eso lo que está alimentando las narrativas de nuestro país, me preocupa el estado de nuestra democracia. Hay mucha prensa buena en Colombia. Periodistas atrevidos y hábiles, que han destapado los escándalos más grandes del absurdo que puede llegar a ser nuestra política. Es por eso que si va a ser el amarillismo el que cobre la mayor cantidad de pantallas y pupilas, podemos prepararnos para indignaciones infundadas y reconfirmaciones (en vez de contestaciones que es la mayoría de las veces lo necesario) de nuestras creencias previas. La prensa terminará siendo una prisión inescapable de nuestra propia narrativa, en vez del terreno donde podremos construir y añadirle perspectivas e ideas al mundo que creamos en nuestra cabeza a partir de los hechos.
Somos nosotros, su mercado de lectores, y nuestras ansias de entender el mundo y saber lo que está pasando en él, lo que guía la prensa nacional. Por eso quizá es importante concientizarnos más de por qué leemos. ¿Qué buscamos en los artículos?, ¿indignación contra el gobierno que no escogí?, ¿la seguridad de que el presidente lo está haciendo bien? ¿evidencia de que mis opiniones son las correctas? En ese sentido, deberíamos encapsular el espíritu periodístico dentro de nosotros y perseguir las historias que construyen el mundo, y sin buscarlo, dejar que ellas nos cambien a nosotros. Si no es así, no hay punto en luchar por una democracia liberal que busca a diario regalarnos el privilegio de crearnos a nosotros mismos.