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Hace un par de años leí un libro que me cambió la vida. Mothers, monsters, whores (Madres, monstruos, putas) de Laura Sjoberg y Caron E. Gentry establece que, hasta ahora, a las mujeres en la guerra se les ha visto como precisamente eso: madres quienes cumplen con su rol biológico y cuidan del hogar en la ausencia de sus hombres; monstruos patológicamente dañadas y naturalmente amantes de la violencia; y putas que frente a la violencia se inspiran por su dependencia y perversión sexual.
Las autoras explican que la narrativa de la madre describe a las mujeres a través de su necesidad de pertenecer, de criar, y de ser leales a sus hijos y, más importante, a sus hombres. Por otro lado, la narrativa del monstruo elimina cualquier tipo de raciocinio o culpabilidad porque, ¿cierto que las mujeres “normales” no pueden ser violentas? Finalmente, la narrativa de las putas instrumentaliza la idea que yace en la Biblia misma: todo lo malo empieza con la sexualidad femenina; las mujeres violentan por falta de sexo o por su adicción a él.
Por mucho que me interese el estudio de la guerra- y de las mujeres en ella- ahora reconozco que el postconflicto también es parte fundamental de estos estudios. Todas las guerras se acaban, y lo que queda después no es un contexto normal. Es una sociedad caótica, tal vez sin algunos tipos de violencia, pero como bien lo ilustra el caso colombiano, siempre queda una sombra; debates por establecerse, conversaciones pendientes, perdón, y en algunos casos, olvido.
Me ha llamado mucho la atención que, en estos escenarios, el rol de la mujer cambia. Al trabajo de Sjoberg y Gentry le falta la perspectiva de lo que pasa después. Ahí las mujeres se convierten en activistas, buscadoras, exigiendo el retorno de sus familiares y una verdad completa.
Las Madres de Plaza de Mayo, por ejemplo, están trabajando por el esclarecimiento y la verdad desde 1977. También por la búsqueda de sus hijos e hijas, los mal llamados “desaparecidos.” En la Argentina de Videla, donde la junta militar empleaba técnicas de campos de concentración y tortura en contra de cualquiera que diera el menor indicio de oposición al gobierno, fueron ellas quienes empezaron a hacer preguntas. Fueron ellas quienes el 30 de abril de 1977 se reunieron a las afueras de la Casa Rosada aunque estuvieran prohibidas las reuniones públicas de más de dos personas. Una vez por semana se agarraban los brazos en gancho alrededor de la Pirámide de Mayo, previniendo que las fueran a detener. Si cogían a una, las cogían a todas.
Su fundadora, Azucena Villaflor, fue secuestrada por el Estado a finales de 1976. A pesar de esto, las emblemáticas pañoletas blancas se vieron no solo en las calles, sino también en el juicio de las juntas de 1985, donde nueve de los líderes de la Guerra Sucia tuvieron que responder por sus crímenes; cinco fueron condenados y cuatro absueltos. Pero para esta parte de la historia les recomiendo mejor Argentina, 1985, del director Santiago Mitre.
En México también son las mujeres quienes buscan a los desaparecidos. Las madres buscadoras son quienes declararon al 10 de mayo, el día de la madre en México, como día de protesta contra el gobierno por su insolencia frente a la crisis de personas desaparecidas.
Las madres mexicanas son quienes realizan las investigaciones, poniendo en riesgo sus vidas, y las que desarrollaron lo que parece ser “un sexto sentido para dar con puntos donde encuentran restos óseos.” Ellas han sido, y siguen siendo, las que más exigen respuestas sobre el paradero de sus hijas e hijos, y en el simbólico día de la madre gritan “no tenemos nada que celebrar.”
En Colombia no nos quedamos atrás. En un país con al menos 200.000 desaparecidos, es Yanette Bautista quien lidera el proyecto de ley que pretende darle prioridad y proteger a las mujeres que buscan desaparecidos. Como la historia de Yanette, quien buscó a su hermana- enterrada como NN- durante más de una década, hay miles. Según la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas; hay 17.636 mujeres en nuestro país buscando a sus seres queridos.
Por supuesto, tampoco podemos ignorar que los hombres también buscan. Creo que a nadie se le olvidará el caso de Don Raúl Carvajal, quien le reclamó a Uribe por la muerte de su hijo. Afirmó hasta el día de su muerte que a su hijo lo asesinó el Ejército Nacional, en lo que se ha conocido como los falsos positivos. Pero lo cierto es que, en su mayoría, son las mujeres quienes se organizan, lideran las marchas, y están al frente de esta abogacía.
Puede ser porque a los hombres los matan más en la guerra, un argumento que a muchos les gusta utilizar para descartar mis análisis de género. Tal vez las que quedan son más mujeres que hombres, y por eso son quienes llevan la batuta en estos movimientos. Pero no se nos olvide que a las mujeres en la guerra les hacen cosas que generan, según muchas, “una muerte en vida.” Y a pesar de esto, ellas siguen buscando y exigiendo la verdad.
No creo que sea biología tampoco. Así como la semana pasada expliqué que las mujeres no somos mejores líderes por naturaleza, tampoco creo que en nuestro ADN llevemos el cromosoma de encontrar desaparecidos. En cambio, estoy convencida que estamos viviendo una feminización de la búsqueda.
Se espera que sean las mujeres quienes velen por sus hijos y sus seres amados. Quienes les cuiden, les protejan, y les enseñen. Y esta expectativa no cambia después de una desaparición o de una muerte silenciosa. En México ya se ha reconocido este fenómeno, pero trayéndolo a Colombia, ¿no es cierto que esperamos que sean nuestras hermanas, hijas y nietas quienes nos cuiden cuando estemos viejos? ¿No es cierto que es de nuestra madre de quien esperamos el mensaje preguntando a qué horas llegaremos? ¿o quien nos cuide en la enfermedad?
Como lo explica el estudio de Heinrich Boll Stiftung, este fenómeno “retrata el poder que genera la unión de mujeres de contextos y edades diversos, en un país presa del machismo y la misoginia,” porque se utiliza el rol de cuidadoras para hacerle frente a la crisis de desaparecidos. Hablemos, entonces, de la búsqueda con rostro femenino, con nombre de mujer. Porque eso es lo que tiene.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/salome-beyer/