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La genialidad requiere esfuerzo. Suena tonto pero parece que lo olvidamos. Malcolm Gladwell, autor y escritor, dice que “como sociedad, valoramos los logros naturales y sin esfuerzo por encima de los logros trabajados. Explicamos la existencia de nuestros héroes gracias a habilidades sobrehumanas que les llevaron inevitablemente a la grandeza.”
Michael Jordan, cuya grandeza es proclamada por el mundo entero, o «Superman», «Dios en persona», «Jesús en zapatillas» como algunos le han llamado, cuando regresó a los Chicago Bulls en 1995 después de haberse retirado, mencionó en una entrevista: «me sorprendió el nivel de intensidad que creó mi regreso al juego. Fue vergonzoso. Es genial ser respetado, pero no es genial ser elogiado. La gente me elogiaba como si fuera un culto religioso o algo así. Eso fue muy vergonzoso. Soy un ser humano como todos los demás, pero me trataban como a un superhumano».
Y es que sí, cuando uno ve a Michael Jordan volar por los aires, o a Tiger Woods golpear una pelota diminuta a 325 yardas hasta quedar a pocos centímetros del hoyo, o escucha una sinfonía de Mozart, experimenta una sensación estimulante pero también desalentadora: es imposible que estos extraordinarios seres pertenezcan a la misma especie que usted y yo. Llámelo la brecha de la grandeza, esa sensación de un abismo innato y permanente entre los superdotados y los simples mortales como nosotros. Estos fuertes sentimientos tienden a terminar con la siguiente explicación tranquilizadora: esa persona tiene algo que yo no tengo, ha nacido con algo que yo no he tenido, es un superdotado.
Pero la verdad es que no, desde Mozart hasta Bill Gates, los diversos viajes de los genios hacia el máximo rendimiento en sus respectivos campos comparten un rasgo común que subestimamos: una inquebrantable dedicación a su oficio y el compromiso de desarrollar sus habilidades.
Friedrich Nietzsche, en su libro de 1878 titulado Menschliches, Allzumenschliches (Humano, demasiado humano), describió la grandeza como algo inmerso en un proceso, y a los grandes artistas como participantes incansables en ese proceso:
Los artistas tienen un gran interés en que creamos en la ceniza de la revelación, la llamada inspiración … [que brilla] desde el cielo como un rayo de gracia. En realidad, la imaginación del buen artista o pensador produce continuamente cosas buenas, mediocres y malas, pero su juicio, entrenado y afinado hasta la punta, rechaza, selecciona, conecta … Todos los grandes artistas y pensadores [son] grandes trabajadores, infatigables no sólo para inventar, sino también para rechazar, cribar, transformar, ordenar.
Al igual que la inteligencia, los talentos no son dones innatos, sino el resultado de una lenta e invisible acumulación de habilidades desarrolladas desde el momento de la concepción. Todo el mundo nace con diferencias, y algunos con ventajas únicas para determinadas tareas. Pero nadie está diseñado genéticamente para la grandeza y pocos están limitados biológicamente para alcanzarla.
Llegar a ser bueno en algo requiere la combinación adecuada de recursos, mentalidad, estrategias, persistencia y tiempo. Esto no significa, por supuesto, que todas las personas tengan los mismos recursos y oportunidades, o que cualquiera pueda ser grande en algo; abundan las diferencias biológicas y circunstanciales y las ventajas/desventajas. Pero me parece importante recordar que el talento es un proceso, no es razonable atribuir el talento o el éxito a un gen específico o a cualquier otro don misterioso. El verdadero don nos pertenece a casi todos: es la plasticidad y la extraordinaria capacidad de respuesta incorporada a la biología humana básica.