A dos semanas de elecciones para el congreso y de “primarias” presidenciales para las coaliciones y movimientos, la gran pregunta para los precandidatos presidenciales del Centro Esperanza es si realmente lograron convertirse, como equipo e individualmente, en una esperanza para los colombianos, en otras palabras, o en las suyas propias, en una opción claramente diferente y mejor que la que representan la Colombia Humana, el Equipo por Colombia, Rodolfo Hernández y Óscar Iván Zuluaga.
Como no obtendré su respuesta, aquí voy con la mía, empezando esta semana con la coalición como equipo. Ya habrá tiempo de evaluar en este sentido a cada uno de sus integrantes. Antes quiero dejar claro que, independiente de mi análisis, mi voto en la consulta del 13 de marzo, en la primera vuelta del 29 de mayo, y si pasamos a la segunda y definitiva de junio, será por esta coalición. Para mí sí es claramente diferente y mejor que las otras opciones mencionadas, por lo menos para este momento del país. El asunto de la esperanza es el tema que me inquieta y trataré a continuación.
Es evidente a todas luces que no han logrado la suficiente cohesión como equipo y que así es imposible entusiasmar a los electores, a otros sectores políticos que potencialmente se les podrían adherir y a posibles financiadores de la campaña. Dan la sensación de ser una coalición pobre: de espíritu, de recursos, de creatividad. Incluso, y como más contundentemente apuntó una colega de otro medio, a veces parecen más una colisión que una coalición; más enfrascada en las disputas internas que en conectar con los ciudadanos, a quienes ni ilusionan ni entusiasman.
En su defensa y aras de la equidad, hay que contar con dos factores decisivos en esta desconexión interna y externa. Internamente, las entradas de Alejandro Gaviria y de Íngrid Betancourt -con su posterior salida- limitaron los tiempos y espacios para dirimir las diferencias de fondo. Con la premura de la consulta, los precandidatos están más interesados en convertirse en el candidato el 13 de marzo que en las debilidades y vulnerabilidades de la coalición. Comprensible para quienes los apoyamos, pero no para los indecisos y adversarios.
La segunda es de más calado y es una amenaza permanente: la derecha y la izquierda, con sus respectivos escuderos y cajas de resonancia mediáticas, atizan y sobrevaloran estas diferencias, porque tienen claro que el rival a derrotar en primera vuelta está en la coalición: Fajardo o Gaviria, según las encuestas. Como en las pasadas elecciones del 2018, saben que si uno de los dos pasa a la segunda vuelta es más difícil derrotarlo que a su némesis política. Otra versión más del divide y reinarás.
Los dos meses y medio entre las “primarias” del 13 de marzo y la primera vuelta del 27 de mayo podrían ser suficientes para, con candidato definido, lograr ilusionar a la gente, siempre y cuando se honren los acuerdos de la coalición firmados el 28 de noviembre junto a su decálogo de principios, que implican el apoyo irrestricto de los precandidatos perdedores al candidato ganador y la lavada de trapitos sucios en casa, sin caer en falsos consensos ni en una unanimidad paralizante.
Aun así, me siguen preocupando los quince días que falta para la elección del candidato. El poco entusiasmo colectivo que han generado la coalición podría traducirse en una baja votación tanto para el congreso como para el candidato, desalentando a posibles partidarios e indecisos y desinflando las posibilidades reales de llegar a la presidencia. No sé la fórmula, pero algo debe hacerse para llegar fortalecidos también como coalición y no terminar colisionando ni entre sus integrantes ni ante las demás fuerzas políticas en las urnas.
Una política, sea de izquierda o derecha, que solo emocione es un peligro populista en el sentido negativo de este término. Pero una política que no emocione, es una triste política, como nos lo advierten, a su modo, Martha Nussbaum y Juan Carlos Monedero. No me preocupan ni la lógica ni la ética del Centro Esperanza, me inquieta su estética: le falta más sensibilidad, empatía y compasión. No conecta ni entusiasma.
He sido reiterativo en que en este país, en este momento, la polarización puede ser tanto o más grave que la corrupción, porque la primera se ha convertido en una cortina de humo para la segunda, y veo en el Centro Esperanza una buen posibilidad de bajarle el tono a la polarización. Pero esta coalición tiene muchas más fortalezas sobre la cuales crear un discurso, un relato o una narrativa emocionante, empezando por la calidad de sus candidatos, más allá de su “empaque”, que será tema de otro artículo, pero que se puede y debe mejorar para las elecciones presidenciales.
Sería una pérdida para nuestro país que una coalición en la que estén juntos políticos del talante de Jorge Robledo, Sergio Fajardo y Alejandro Gaviria no llegara por lo menos a una segunda vuelta, básicamente por no lograr lo básico a lo que se comprometieron cuando se juntaron: ilusión, entusiasmo, ¡ESPERANZA!