Hacer la paz

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Los intentos de paz nos han costado tiempo, rabias, muertos… Y aún así, aquí estamos, intentándolo de nuevo. Y si uso el plural inclusivo es porque esa sangre derramada, por acción o por omisión, nos pertenece a todos.

Nada tan colombiano como un proceso de paz. O su idea. O su anhelo. Gobierno tras gobierno, desde los ya lejanos años de las guerrillas liberales de Guadalupe Salcedo de paso por aquel pacto de Sitges que aseguró el poder para algunos y dejó a tantos por fuera.

Y nada tan colombiano como torpedearlos.

Se ha negociado aquí y allá. Adentro y afuera. Con disparos y sin ellos. Nada tan colombiano, podría decirse, como estar en guerra entre nosotros y resistirse a acabarla. Cada negociación ha sido un camino lleno de piedras en el camino: las que ya estaban ahí, las que aparecen y las que le tiran.

A los intentos de paz de los 80 los derrotaron a punta de gatillo. “Entre 1985 y 1993 fueron asesinados 1.163 integrantes y desaparecidos otros 123”, dice en el recuento de nuestros dolores que es el Centro de Memoria Histórica.

Escondida detrás de la guerra contra los narcos de los 90 hubo algunos intentos, desmovilizaciones que devolvieron a la civilidad a gente valiosa, pero también estuvieron teñidas de sangre y de traiciones.

Lo intentó torpemente el torpe Andrés Pastrana. Llamó a la paz el belicoso gobierno de Uribe. Incluso fue él quien usó, antes que nadie, esa combinación de la que hoy hacen mofa o mencionan con sorna algunos medios de comunicación: paz total.

Lidiaron con ella, con la búsqueda de la paz, Santos y las Farc y oponerse le sirvió al entonces recién fundado Centro Democrático para acertar el golpe político que los llevó luego a la presidencia: el no en el plebiscito. Les faltó la altura política para reconocer en ese triunfo y en los Acuerdos del Teatro Colón como su aporte a la consecución de una guerra menos, e insistieron en perpetuarla.

Ya como gobierno, pesaron más las voces belicistas. ¡Plomo es lo que viene!, gritaban algunos de sus electores. ¡Haremos trizas ese acuerdo!, clamó una de sus voces más mediáticas. Total, que dialogar fue un verbo que conjugó mal y poco el minúsculo Iván Duque.

Los intentos de paz nos han costado tiempo, rabias, muertos… Y aún así, aquí estamos, intentándolo de nuevo. Y si uso el plural inclusivo es porque esa sangre derramada, por acción o por omisión, nos pertenece a todos.

Soy un convencido de que nos la merecemos. La paz, digo. O eso que se le parece: no matarnos los unos a los otros, que no lo es todo, pero que es tanto.

¿Que cuántas oportunidades hay que darle al ELN?, escucho quejarse a algunos que no tienen problema, parece, con seguir dándole oportunidades a la guerra.

Ojalá salga bien. Ojalá se silencie otra tanda de fusiles. Ojalá se haga bien lo que ya se sabe y se evite lo que salió mal en el pasado, porque no puede ser inútil el camino recorrido. Ojalá. Yo, que descreo de deidades, vengo y traigo esa palabra que heredamos del Califato de Córdoba: ojalá, si dios quiere. 

Hay voces en contra, siempre las ha habido. Espero que pierdan peso. Hay gente enojada que tienen listas las varas para meterlas en las ruedas. Espero que fallen.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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