Desde que tengo memoria mi mamá iba a la universidad. Cuando cumplí cuatro años ella retomó sus estudios universitarios, previamente interrumpidos por su embarazo conmigo. Recuerdo muy claro los momentos que pasábamos en la biblioteca, y ella usando su carnet para prestar libros que yo quería leer. Ahora, siendo yo estudiante universitaria, me imagino si una compañera mía fuera a la biblioteca de la universidad con su hija de tres o cuatro años, a solicitar libros infantiles. También recuerdo muchas veces que quería que mi mamá estuviera en casa para que me leyera el cuento antes de dormir, pero estaba en clase hasta las 9. Entonces obligaba a mi papá a hacerlo y era él quien me ponía la cobija y me daba las buenas noches. Cuando nació mi hermano ella paró sus estudios otros dos años. Luego, le faltaban dos semestres para graduarse, pero le dijeron que las materias que vio al principio de su carrera ya no eran válidas en el pénsum actual, entonces se le aplazó la graduación unos cuántos semestres más. Después, cuando hizo el semestre de práctica, yo estaba en quinto, y fue extraño no tener a mi mamá conmigo todos los días por primera vez en mi vida. A veces, la semana antes de un parcial nos enfermábamos alguno de sus hijos y se desvelaba cuidándonos la fiebre o el rebote.

Recuerdo que me explicó que nunca hay excusa para hacer trampa al decirme que luego de estas noches en vela, ella llegaba al otro día al parcial, lo marcaba con su nombre, y lo entregaba en blanco, explicándole al profesor que sus hijos se habían enfermado y no había podido estudiar. Cuando tenía ocho meses de embarazo con mi hermano escuchó cómo un profesor, hombre, le reprochó algún comentario de cansancio al decirle que “el embarazo no es una enfermedad.” Y cuando hizo la prueba Saber Pro, vi cómo le llegó una medalla y una carta firmada por el presidente de Colombia a la puerta de la casa porque había sacado el mayor puntaje de todos los estudiantes de administración de Colombia.

Así fue cómo mi mamá tardó 13 años en graduarse de la universidad. En su graduación estábamos mi papá y yo en la audiencia, el resto de la familia sentados en otra sala de la universidad porque solo se podían dos acompañantes por cada estudiante. Cuando llamaron su nombre los dos nos paramos a aplaudirle ese logro. Ese logro tan propio, tan de ella. Yo tenía 15 años. Me pareció gracioso que fuera yo la que me parara a aplaudirle un diploma con lágrimas en los ojos. 

Las críticas que han surgido de la serie de Georgina Rodríguez me han parecido no solo de mal gusto, sino completamente ridículas. Personas calificando su vida cómo “vacía” o a su carácter como el de una “mantenida”, ignoran que ninguna vida es vacía. Todas las vidas, sin importar qué prioridades revelan, son igualmente llenas, igualmente valiosas. De igual manera, ¿para qué necesitamos que la vida de personas que no somos nosotros estén llenas? Sabiendo que nuestras propias vidas son las que deberían estar llenas de aprendizajes, llenas de valores, llenas de lecciones y llenas de aventuras, ¿por qué nos importan tanto las vidas de otras mujeres, lo suficiente como para criticarlas?

Además, y aquí se sale mi lado feminista un poco, he visto cómo critican la vida llena de lujos de Rodríguez, pero no he visto el primer comentario sobre los gastos y las extravagancias de su pareja, Cristiano Ronaldo. Lo mismo aplica para figuras públicas masculinas, que gastan su dinero, bien ganado, en carros, motos, colecciones de antigüedades o casas. De manera similar, he visto comentarios sobre cómo Georgina no se puede volver el referente de las niñas del hoy, y que es peligroso y hasta perjudicial que estas aspiren a ser como alguien tan frívola, ligera y “vacía.” Pero hablando como la que hace no muchos años fue una de esas niñas, mi primer e infinito referente es mi mamá. Ninguna celebridad, actriz, cantante o influenciadora va a reemplazar ese ejemplo. ¿Se lo están dando a sus hijas al criticar a otras mujeres? Además, si quieren que las niñas admiren a otro tipo de mujeres, muéstrenles a esas mujeres. Las mismas cuentas que en redes sociales han tildado a Georgina de mil adjetivos, no tienen una sola publicación sobre las mujeres en la ciencia, mujeres en el deporte, mujeres que han sobrepasado y borrado barreras para que el mundo sea más inclusivo para todas.  

Además, he visto alusiones a que Rodríguez es la supuesta antítesis de una mujer trabajadora, incansable, empoderada y capaz. Por mi experiencia, las mujeres que priorizan tener una familia y la eligen como camino de vida no son menos en ningún sentido. Mi mamá, por ejemplo, es ama de casa y lo ha sido desde que nací. Ella eligió el proyecto de vida de tener una familia y criarnos a mi hermano y a mí, y es igualmente válido que los proyectos de vida de las mujeres que deciden no tener hijos, o deciden tenerlos mientras trabajan. Mi mamá no es ni menos ni más por haber elegido este proyecto de vida. Lo que sí es, es libre. 

Qué afortunada soy de ser la hija de una mujer que, en libertad, escogió ser ama de casa. Y qué afortunada soy de conocer a mujeres que, en libertad, han escogido una carrera profesional como proyecto de vida. Y también de conocer a aquellas que han escogido ambos. Qué afortunada soy de vivir en un mundo en el que una mujer se sienta tan libre en su relación como para grabar una serie de Netflix contando cómo ha encontrado la estabilidad en su familia luego de crecer en un hogar turbulento. Y qué tan afortunada soy de haber aprendido de mis errores, y poder reconocer cuando no es necesario seguir perpetuando el típico cliché de mujeres contra mujeres. No soy Georgina, soy Salomé, y tengo bastante claro que jamás voy a volver a criticar a otra mujer por la vida que eligió en libertad. 

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