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La transmisión del consejo de ministros del gobierno Petro fue el hecho político más destacado de la semana pasada. En tiempos de la política del espectáculo este tipo de acciones generan mucho más impacto mediático que los informes de ejecución del plan de desarrollo. Más allá de las disertaciones interminables del presidente, de sus monólogos inconexos de su función como primer mandatario, de la falta de método administrativo en su gabinete, lo que pasó resulta interesante para pensar a propósito del exhibicionismo de lo público.
Norbert Elías, en su libro “La sociedad cortesana”, explica cómo las formas de relacionamiento entre el rey y la corte, más allá de ser frívolas normas de etiqueta, constituían un poderoso sistema de control social. La eficacia simbólica del rey dependía mucho de las normas alrededor de su figura, una que era inaccesible para la mayoría de personas, incluso para aquellos pertenecientes a la corte. Sus actuaciones eran secretas. Nadie sabía con certeza como pasaban los días del hombre más importante del mundo. Ese alejamiento, ese secreto, favorece la construcción de una imagen sagrada, intachable y solemne. Que es necesaria en ciertos cargos, como el de rey o el de presidente.
El consejo de ministros televisado es el extremo opuesto de la sociedad cortesana. Vimos funcionarios llegando tarde y haciendo confesiones de amor. Al presidente equivocarse y malabareando para justificar malas decisiones. Fuimos espectadores de una reunión reservada para pocos. Las cámaras de la sociedad del espectáculo llegaron a uno de los pocos lugares que les faltaba por alumbrar, y en este caso, lo hicieron para ver al poder con todas sus costuras.
Perdimos la distancia que afinca el poder. Quien no está oculto, ni secreto, ni inaccesible es también aquel que no tiene ninguna mística. Lo simbólico en ese sentido juega un papel determinante. No imaginamos al presidente de la república— de la misma manera que no lo hacían en la sociedad cortesana con el rey— como alguien igual a nosotros. Hay una sacralidad, una solemnidad con el cargo que cumple una función social. Los ministros tampoco son personas comunes y corrientes en términos simbólicos. Son aquellos elegidos para tomar las decisiones más importantes del país.
Hay pocas cosas buenas cuando se mira al poder tan de cerca, cuando se pierde la distancia necesaria para el mantenimiento de una institución. Una de ellas tiene que ver con el fortalecimiento del escrutinio ciudadano, de su capacidad para solicitar una rendición de cuentas. La transmisión del consejo de ministros no es una acción en ese sentido, no comprende un fortalecimiento de la democracia participativa. El exhibicionismo no es transparencia ni accountability. El espectáculo ministerial tendrá implicaciones en la confianza institucional. Es posible que muchas de las cosas que vimos no sean extraordinarias, ni exclusivas del gobierno de turno. El exhibicionismo público no es un mecanismo de fortalecimiento de la democracia. La democracia incluso depende, pese a la paradoja, de que los ojos del pueblo no estén en todas partes.
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