Estar andando por el borde

Alguna noche de finales de los años 80, en las que mis primas y yo nos acostábamos en el borde de la piscina a mirar las estrellas de la noche del occidente antioqueño, una de las mayores habló de la vía láctea. Dijo que era todo eso que se veía, como una carretera, de estrellas y cuerpos celestes; y que, entre orilla y orilla de ese camino universal, no había nada.

Recuerdo haber puesto las dos manos sobre el suelo de granito y la sensación de vacío, como cuando uno se asoma a un balcón desde lo alto. Recuerdo la fascinación y el miedo de esa primera noción de universo y de nada.

Hace unas semanas que me acompaña esa misma sensación de asombro y de miedo, ya no de fascinación. Esa conciencia de no tener categorías para explicar ni entender el mundo como se presenta, de ir caminando por el borde antes de caer.

Vimos memes de pingüinos lanzándose desde el pico más alto del gráfico de fiebre que mostraba la caída de las bolsas del mundo por los aranceles de Trump, que cobijan el mundo entero, incluidas islas donde solo hay pingüinos y focas. Vimos a todos nuestros amigos y a sus hijos como si fueran parte de una película animada japonesa, porque ahora ChatGPT permite crear imágenes sin salir de la aplicación, aunque copien el estilo de un artista que ilustra a mano y cuyas películas, fotograma por fotograma, tardan tres años en hacerse porque usan métodos tradicionales de animación. Vimos al propio Sam Altman decir que sus servidores se estaban derritiendo por la alta demanda. No dijo el agua que se consume para crear cada imagen. Vimos el documento del Ministerio de Salud de Gaza, de 1.516 páginas donde se nombra cada uno de los muertos en la guerra. Vimos que las primeras 27 las ocupan personas con cero años de edad y las 474 siguientes, los nombres de 15.600 niños entre el año y los 17.

El dolor de este asombro es el dolor del cambio de orden mundial. El último les tocó a los que estaban vivos en 1945, tras la segunda guerra. Y tal vez, en vez de incertidumbre, produjo esperanza, porque se erigía cuando lo peor ya había pasado y se fundaba en la no repetición del horror. Los padres y abuelos de los que están hoy en el poder se inventaron un mundo de reglas, de derecho internacional, de autodeterminación y de intercambio global; de flujos libres, de libertad política y económica.

Ese es el mundo que se está rompiendo a nuestros pies. Pero la sensación no es de esperanza, sino de miedo, por varias razones.

La primera es que aunque los cambios de era han estado acompañados (¿precipitados?) Por la tecnología, este viene acompañado de un adelanto equiparable al de la invención del fuego: la inteligencia artificial generativa, en un contexto de ingobernabilidad mundial y desglobalización.

Los aranceles de Trump son un efecto de una causa que no pudo predecir el orden liberal de occidente: que las potencias globalizadoras también sufrirían la precarización causada por la globalización: precarización del empleo y de la calidad de vida. Son la respuesta a la predicción equivocada de Estados Unidos, en medio del auge de su dominio: que inyectando capitalismo y libertad económica a China, el régimen comunista acabaría.

Hoy no sabemos si el aislacionismo gringo, que pretende asegurar sus fronteras, renuncia a ser el policía del mundo, coquetea con una Rusia que viola el derecho internacional y se desenmascara de ideales, va a repercutir en mejor calidad de vida para los ciudadanos.

Lo que sí está claro (y esta es la segunda razón para el miedo), es que cada quien China, E.U. tal vez India o Turquía está armando su imperio tecnológico oligopólico a expensas de los usuarios de la IA y las redes sociales, interconectados no para el intercambio, sino para «la reafirmación de un yo tribal y emocional, sobrepasado de información polémica que no puede absorber».

En ese contexto también se precarizan el conocimiento y la verdad, porque las voces sensatas de los expertos, de los que llaman a la ética y a la calma no se escuchan en medio del caos. Y si se escuchan, se ignoran, en tanto se le atraviesen al flujo del capital.

«Era el peor de los tiempos, era el peor de los tiempos». Así empieza la inglesa Ali Smith su novela Otoño, una historia de amor y amistad que tiene lugar en el contexto del Brexit, pero que narra en el fondo la muerte de Europa.

Ella estaba pensando en Dickens y su Historia de dos ciudades: «Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación».

Con máximo atrevimiento, uno podría parafrasear hoy  uno decir hoy: «Es el peor de los tiempos, es el peor de los tiempos, la edad de la ignorancia, y también de la locura; la época de la incertidumbre y de la desconfianza; la era de la oscuridad y de las tinieblas; el otoño del desasosiego y el invierno de la desesperación».

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-montoya/

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