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En el nombre de Dios se han hecho muchas cosas: milagros curativos y actos terroristas; grandes peregrinaciones y suicidios colectivos; actos heroicos para salvar vidas o asesinatos de personas que se consideraban impías.
En el nombre de Dios, los seres humanos, sea cual sea la religión que profesamos, hemos jurado venganza y también perdonado; hemos emprendido proyectos “con la ayuda de Dios” y aplazado otros porque “Dios proveerá”.
Mencionar a Dios nos da confianza, esperanza y, algunas veces, temor. No hay ser humano que no se haya acercado a Dios para tener una relación con él o, incluso, para confirmar su distancia. La fuerza de un ser supremo es tal, que parte de las ficciones -trayendo a Harari- en las que vivimos, lo tienen en cuenta.
Cuando me preguntan si existe, digo que sí, porque veo que en la relación que los creyentes tienen con él, pasan cosas. Más que una entidad física, Dios, como concepto, delimita un marco práctico de interpretación moral.
Me gustan ciertos valores cristianos, otros no. Me quedo, sobre todo, con el llamado a la convivencia pacífica; siempre me ha parecido que la “satanización” de las religiones tiene más de desconocimiento y soberbia que una base sólida. El problema no son las religiones, sino los poderes políticos y económicos que usurparon y malinterpretaron algunos de sus símbolos en favor de cosas que nada tienen que ver con la espiritualidad.
Pues bien, he llegado al punto de esta columna: me molesta terriblemente que los candidatos a las alcaldías y las gobernaciones mencionen el nombre de Dios para hacer campaña. En Medellín, hay tres en particular: Juan Carlos Upegui, Esteban Restrepo, y el jefe de ambos, Daniel Quintero.
Upegui y Restrepo llenaron sus discursos y su propaganda de la frase: su próximo alcalde o su próximo gobernador, si Dios quiere. Quintero, por su lado, sacó esta semana una pieza de comunicación política en la que manifestaba que era la ayuda de Dios la que lo había sacado avante de las embestidas de sus contradictores.
Es decir, Dios está con ellos, y no con sus contradictores. Eso, obviamente, los pone del lado correcto de la historia (como le gusta decir a los políticos), del lado de los buenos, porque el resto, según ellos, somos los malos.
Pero hay que recordarles que no fuimos nosotros, por más malos que les parezcamos, los que le quitamos la comida a los niños y madres más pobres de la ciudad, eso sí bien en contra de los valores cristianos que dicen representar.
Los ciudadanos, que somos los que votamos, y no Dios, no les vamos a permitir ser ni alcalde a Upegui ni gobernador a Restrepo; y a Quintero hay que recordarle que la ciudadanía no lo quiere, porque la llenó de desconfianza, de oscuridad y de mentiras; y que debe seguir rezando, para que Dios lo perdone, porque lo más seguro es que los medellinenses, por lo menos en las urnas, no lo harán.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/daniel-yepes-naranjo/