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Hace unos días, caí en una nueva realización sobre mí. Soy mirona, me encanta observar y ver la vida pasar en los rostros y acciones ajenas; miro mucho, independiente del espacio, del contexto o la hora. Pensaba que propiamente era por el chisme, no obstante esta realización me hizo cambiar de parecer.
¿Por qué miro tanto y por qué, a su vez, noto la mirada de los demás?
Las nimiedades cotidianas se me hacen fascinantes, ver a una mujer eligiendo las verduras para el almuerzo, una pareja discutiendo en un café, una niña que pasea a su perro pequeño y peludo. Cuando miro estos escenarios no busco respuestas, tampoco interpretaciones de las vidas ajenas o generar desagradables molestias. Cuando miro realmente busco solo eso, observar los objetos tal y como son.
Mirar de verdad, diseccionar colores, entender texturas, memorizar lo que percibo sin tocar. De pronto me gusta tanto porque es una forma de ocupar el tiempo, tal vez me ayuda a darle un sentido a la vida más allá de hacer, de crear, trabajar y ser útil para los demás. La observación de las personas en la calle no solo se limita a la superficie visual, sino que toma forma de filosofía y nos permite comprender la razón misma de nuestro existir.
La cotidianidad se convierte en un escenario donde la vida se desenvuelve en sus múltiples formas, ofreciendo una fuente continua de inspiración para aquellos que buscamos explorar, reflexionar y alimentarnos de la belleza para dotarnos de algún significado.
Este microcosmos y mi deseo voyerista de habitarlo es lo que me recuerda la forma en la que el mundo se despliega ante mis ojos, de lo cerca que puedo experimentar lo que otros experimentan con la religión. Esas imágenes complejas que se arremolinan de los caminantes de la calle, los niños, animales y semáforos están al alcance de casi todos nosotros, pero las bancas de los parques están cada vez más vacías y nuestra capacidad para recibir la quietud y el silencio se disminuyen con el tiempo, amenazan con desaparecer y hacernos olvidar lo fundamental que es observar.
Tal vez atisbar sea la clave para hacer las paces con el tiempo y con nosotros mismos.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/mariana-mora/