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Apreciada lectora, apreciado lector, permítanme ofrecerles hoy una columna muy personal. La semana pasada viví una gran experiencia política, profesional y emocional y quiero compartirla con ustedes. Desde hace varios años, tal vez más de diez, tenía el anhelo de ver el resurgimiento del partido Nuevo Liberalismo y por cosas de la vida terminé ayudando a escribir, de mi puño y letra, este nuevo capítulo.
Para escribir esta columna hice el ejercicio de intentar recordar cuándo y en qué circunstancias supe por primera vez del Nuevo Liberalismo, pero no encuentro un punto de inflexión en mi memoria. ¿No les ha pasado que sienten como si conocieran a alguien o a algo de toda la vida? Eso me pasa con el partido. Nací en pleno auge del partido. Era la revelación política de mediados de los ochenta y logró cautivar a varias generaciones, incluida la de mis papás. Con el exterminio de algunos de los dirigentes más destacados del partido, la organización desapareció, pero la idea sobrevivió.
En agosto del año pasado, treinta y dos años después, luego de una larga batalla jurídica, la Corte Constitucional le ordenó al Consejo Nacional Electoral reconocer la personería jurídica del partido y permitirle participar en las elecciones de 2022. Desde el principio quise hacer parte de esta nueva etapa del partido. Tuvimos un par de semanas para armar las listas y luego un par de meses para hacer campaña.
Sabíamos que sería difícil. Obtuvimos un resultado electoral por debajo de lo que algunos esperaban. Se tomaron decisiones que algunos no compartieron. Vimos cómo, en cuestión de semanas, algunas personas pusieron fin a sus brevísima militancia en el Nuevo Liberalismo. Otros decidimos quedarnos y dar la discusión desde adentro. Algunos estamos convencidos de la necesidad de un partido político que se constituya en una verdadera alternativa a los populismos y a las maquinarias tradicionales.
Esto no significa, de ninguna manera, que quienes nos quedamos pensemos completamente igual. Al interior del partido coexisten, en permanente tensión y diálogo, distintas ideas y tendencias en relación con lo que debe ser un partido, la manera en la que este se debe proyectar en la sociedad, las prácticas que debe incorporar y las causas que debe liderar. Insisto, somos una idea que ha sobrevivido a muchos enemigos pero al mismo tiempo somos una organización naciente con muchos debates y discusiones por delante.
Durante este tiempo he visto cómo nos juzgan a todos por las palabras y acciones de algunos miembros del partido. Creo que estas personas ignoran lo difícil que es consolidar una organización política en la que, como en las demás, los intereses individuales y la argumentación ideológica no coinciden de entrada. He sentido en varias ocasiones que le exigen al Nuevo Liberalismo lo que a otras colectividades no.
He sentido que muchas de estas críticas vienen de personas que han sido incapaces de apostarle a la institucionalización partidista de sus proyectos políticos. Claro, hasta cierto punto las entiendo. Hacer partido implica, fundamentalmente, llegar a unos acuerdos mínimos que faciliten la acción colectiva, cosa que resulta particularmente difícil y odiosa para aquellas personas acostumbradas a exigir que los proyectos políticos giren alrededor de ellas mismas, sin necesidad de ceder. El mundo debe ser como ellos digan y no como se pueda. También está la gente que nos critica desde la orilla de la asepsia política, pero sobre ellos escribiré tal vez otra columna.
Por mi parte, creo en la política como posibilidad y no como utopía engañosa. Creo firmemente en las bondades y beneficios de la cooperación entre diferentes. Y sí, ¡por supuesto!, ¡claro que hay diferencias al interior de los partidos! ¿Qué esperaban? No somos otra cosa que humanos. Desde esta convicción he querido construir partido, empujando la nave y no siendo un simple pasajero que se asoma por la ventana para quejarse de lo mal que lo hacen quienes están empujando.
Durante los últimos dos meses me impliqué a fondo en la redacción de un proyecto de actualización de estatutos del partido Nuevo Liberalismo, cumpliendo un mandato de la Corte Constitucional. No solo yo. Esta tarea fue asumida de manera honorable por un grupo de personas entre quienes se destacan algunas que cumplieron un papel muy importante para la construcción del partido durante los ochenta: María Cristina Ocampo, Víctor Reyes Morris y Rafael Amador, entre otros.
Fueron largas y muy difíciles jornadas de trabajo en las que propiciamos la construcción de acuerdos básicos sobre el partido. No son unos estatutos ideales y nunca pretendimos que lo fueran; en cambio, considero que lo aprobado es ‘lo mejor’ entre ‘lo posible’. Logramos presentar un proyecto de estatutos ante el Congreso del partido en el que se actualizan sus principios y bases ideológicas, se avanza considerablemente en la autonomía territorial y se establece un mandato de apertura para el encuentro con otras fuerzas políticas.
Reconstruimos la nave. Esa misma que fue destruida por una alianza perversa entre organizaciones criminales, políticos y agentes corruptos del Estado. Estamos listos para seguir navegando con ánimo renovado. Estamos listos para que lleguen más personas a navegar con nosotros y a que ayuden a conducir la nave. Estos estatutos son un punto de partida y no de llegada. Son una invitación: “Compañeros el viaje continúa”.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/miguel-silva/