El riesgo de los «antisistema»

El riesgo de los «antisistema»

La última semana ha hecho más complejo el escenario electoral. La elección parlamentaria que debía dar alguna posibilidades para mirar al futuro con mayor confianza luego de la conformación de las bancadas y la confirmación de la opinión de los colombianos en relación con la participación de los partidos y movimientos de continuidad y aquellos de cambio, terminó confundiendo más el panorama por al menos dos razones: primero, el legislativo parece que tendrá una conformación tan equilibrada entre izquierda y derecha como no se ha tenido desde la promulgación de la Constitución de 1991, asunto que suena muy democrático, pero pone de manifiesto que un buen número de votantes quieren un cambio y dejaron de ver en los partidos políticos unos canales de representación claros; segundo, las dificultades que ha tenido la autoridad electoral para refrendar los resultados finales, poniendo en juego la confianza que como ciudadanos depositamos en ellas como garantes del proceso democrático.

Esas dos razones son preocupantes, porque ahí es donde se materializan la idea de los candidatos que ofrecen propuesta antisistema. No se trata de un fenómeno exclusivamente colombiano, sino de uno de alcance regional donde se han venido imponiendo en recientes elecciones aquellos que proponen romper con las reglas y el establecimiento. Lo relevante dejó de ser que fueran de izquierda o de derecha: Brasil, Chile, Perú, o El Salvador, son solo ejemplos de países que decidieron elegir opciones que prometieron romper con el establecimiento y dividir para alcanzar el poder.

La cereza que le faltaba al pastel era justamente que se pusiera en tela de juicio la confianza en las instituciones y que se confirmara la pérdida de confianza de los ciudadanos en los partidos políticos. En principio todo parece igual de democrático. El problema no es que la gente esté votando por opciones diferentes. El problema aparece cuando las opciones que proponen esos cambios, reales o no, alcanzables o no, son las opciones que se parecen a los modelos que Daniel Goleman denomina como los liderazgos públicos coercitivos.

Arthur Brooks en su libro “Amad a vuestros enemigos”, hace un recorrido por la última década en EEUU para demostrar que dentro de las democracias hay un afán por encontrar esas opciones coercitivas que prometen la ruptura con el sistema actual, y que se ocupan de reconocer aquello que él denomina una crisis de dignidad de los ciudadanos desatendida por los partidos políticos tradicionales. Nada ajeno a lo que parece estar ocurriendo en Colombia. El problema aparece cuando los líderes que proponen atender esas agendas, lo hacen desde discursos de odio, la división y la polarización. “El comportamiento coercitivo mina la moral y enajena a los demás. Como señalan las psicólogas Jennifer Lerner y Larissa Tiedens, las tendencias a la culpabilización y la ira que exhiben los líderes coercitivos se intensifican «en un bucle recurrente» y tienen «efectos especialmente dañinos en las relaciones interpersonales e intergrupales».Las personas se vuelven unas contra otras y no confían en sus colegas o vecinos. Tales líderes destruyen la confianza y la moral incluso entre quienes no son objeto directo de su desprecio coercitivo”.

Vale la pena escuchar a los candidatos, consultar sus programas de gobierno, y preguntarse si la opción por la que estamos dispuestos a votar en mayo y junio es un líder coercitivo que pone sobre la mesa la idea de romper con el establecimiento como discurso, y de incrementar la polarización y el desprecio por las demás opciones. Vale la pena preguntarse si ese es el liderazgo que necesita hoy el país, y si esa es la vía para solucionar las agendas complejas que debe enfrentar el próximo presidente. La polarización sumada a la pérdida de confianza en las instituciones parecen el camino para la pérdida de la democracia. Elegir a un líder coercitivo sería entregarle las llaves de la democracia para que acelere el resultado de su pérdida.

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