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Los consultores, estrategas y empresarios notarán un paralelo entre el título de esta columna y una ola en el pensamiento estratégico en el país. Alejandro Salazar, fundador de la consultora Breakthrough, declaró –conceptualmente– muerta la planeación estratégica en el ámbito empresarial en su libro La Estrategia Emergente. Usando filosofía social, estudios empresariales, conocimiento biológico y evolutivo, y su experiencia empírica como consultor, sostuvo que la estrategia –dentro de las empresas– no es nada más ni nada menos que lo que se hace. Rechaza las formalidades de las ‘visiones’ y las ‘misiones’, y se fundamenta en que muchas empresas están sumidas en un sonambulismo donde prefieren buscar las respuestas a sus problemas en los documentos que escribieron hace años, en vez de observar lo que hacen sus empleados en el día a día.
Alejandro declara, entonces, (basándose en una refutación de Mintzberg, un economista canadiense) que existe una falacia de independencia significativa en la que caen los planificadores. Para ellos, dice Alejandro, parece posible separar con una línea la planeación de la ejecución, y entonces resulta imposible plasmar en la realidad lo que se escribió en el papel. Su teoría, extensa y bien pensada, no será ni criticada ni alabada aquí. Lo que nos regala Salazar, para esta columna, es un modelo mental para pensar en un ámbito donde probablemente no imaginaba que se aplicaría su teoría: la política, y más aún, el comportamiento del presidente Petro.
La política, al menos la electoral, no encontraría atractiva la filosofía de Alejandro. Los votantes no desean que los líderes que eligen en las urnas abandonen sus programas de gobierno ni sus promesas electorales porque encontraron un resultado emergente al llegar al Palacio de Nariño. Aunque las empresas pueden permitirse darse cuenta de cuál es su estrategia y quiénes son mediante los breakthroughs de los que habla Alejandro en su libro, creo que eso no es algo que nos gustaría a los electores, que basamos nuestros votos en los valores, las promesas y la persona que vimos en la campaña. Queremos predecir el comportamiento futuro a través del comportamiento pasado. Un gobierno es juzgado no solo por sus méritos y fallos, sino también por cómo contrasta con las promesas y las razones por las cuales fue elegido. Juan Manuel Santos, quien en algún momento llegó a tener un 11% de aprobación, conoce bien la impopularidad que trae ser percibido como un traidor a sus propios principios.
A pesar de esto, el presidente se ha convertido en un practicante fiel de una buena parte de la teoría de Alejandro: en lugar de tener un plan maestro desde el principio, se ha acomodado a la injusta oposición que los sectores de centro le presentaron al inicio de su mandato. Su estrategia, para lograr lo que él cree que es -un mesías que por fin reivindicará al pueblo colombiano-, se basa mucho más en lo que hace, que en sus promesas de campaña o en el respeto por la institucionalidad del país.
El presidente empezó con una teoría de gobierno: una gran coalición nacional por el cambio para el bien de todo el país. Pero una vez que emergió la oposición, los cuestionamientos y el rechazo a algunas de sus propuestas, tuvo que pivotear –sin la ayuda de una consultoría de Breakthrough– a una teoría emergente de gobierno que lo ayudara a pasar sus reformas. Para ello, decidió apoyarse en su supuesto mandato popular para forzar el paso de sus reformas. Ahora, aun fallando en pasar estas reformas, emerge una nueva teoría de gobierno que todavía no sabemos si se materializará: optar por un cambio de reglas del juego a través de una constituyente.
Estos cambios en estrategia, que además se materializan –como exigiría Alejandro– en lo que se hace en el día a día del gobierno, son preocupantes. Un gobierno que cada día que pasa ve surgir escándalos de juegos sucios en el congreso, de funcionarios que son destituidos por resistirse a presiones burocráticas y un presidente que cada día está más rodeado de fanáticos.
Su constante práctica de la estrategia emergente al manejar nuestro país es alarmante, porque mientras una empresa busca resultados emergentes y adapte teorías que nacen desde el éter del mercado, generando valor y bienestar a toda la sociedad; que un presidente, elegido con base a una propuesta de gobierno y obligado a gobernar dentro de un marco de institucionalidad opte por estrategias emergentes que rompen con estos dos pilares democráticos, nos perjudica a todos. Me gustaría que el presidente, de una vez por todas, establezca cómo busca dirigir el país y que, por lo menos, nos brinde esa certeza.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-felipe-gaviria/