El poder de la filantropía

El poder de la filantropía

“La riqueza no es nueva. Tampoco lo es la caridad. Pero la idea de utilizar la riqueza privada de forma imaginativa, constructiva y sistemática para atacar los problemas fundamentales de la humanidad es nueva.”

John W. Gardner

La palabra filantropía proviene del griego philanthropia y quiere decir amor al género humano. Sus orígenes son bastante antiguos, tanto que podríamos conectarlos con el altruismo de los seres humanos. Tradicionalmente se han identificado dos escuelas filantrópicas diferentes: una concentrada en aliviar el sufrimiento de los más necesitados y que podríamos asociar con la virtud de la caridad, y una segunda que podríamos calificar como inversión social y que tiene sus raíces en los modelos griegos de apoyo a las artes, al aprendizaje y la infraestructura.

El desarrollo del mundo moderno y los cambios en el estilo de vida que ello implicó – industrialización, aumento de la población urbana, las guerras, los problemas de salud – transformaron la filantropía, centralizando las necesidades en los centros urbanos, cambiando los donantes y los receptores y otorgándole un mayor protagonismo a la inversión social: más dinero para educación, para salud, para servicios sociales, para arte y cultura. Un ejemplo típico de esa inversión son las dotaciones o “endowments” que fomentaron la creación de la mayoría de las universidades privadas americanas, y que les permitió convertirse en instituciones de absoluta importancia en el mundo, no sólo a nivel educativo, sino también a nivel político y tecnológico. 

Fue en el año de 1638 cuando John Harvard donó la mitad de sus tierras y su biblioteca de 400 libros al primer college de las colonias americanas. Institución que luego adoptaría el nombre de la Universidad de Harvard y que se convertiría en una de las universidades más importante del mundo. En un año típico, Harvard entrega becas parciales o totales a aproximadamente el 55% de sus 36.000 estudiantes. La mitad de sus ingresos corresponden a la suma de los resultados de sus fondos y los regalos provenientes de egresados y fundaciones. Sus ingresos son invertidos no solo en becas que atraen el mejor talento del mundo, sino también en investigación y emprendimiento. La universidad ha registrado cerca de cuatro mil patentes y ha apoyado un poco más de 120 emprendimientos incubados en sus centros de investigación.

Actos filantrópicos más recientes han contribuido a temas tan diversos como la erradicación global de la poliomielitis, al fomento de la equidad de género, al fin del apartheid en Sudáfrica, a la creación del número único de emergencias -911  en Estados Unidos-, a programas educativos televisivos como Plaza Sésamo y a defender mujeres como Evelyn Hernández quien, fruto de una violación que nunca denunció, fue condenada en El Salvador a treinta años de prisión por homicidio agravado tras perder su bebé en un parto extrahospitalario.

No hay duda de que la filantropía ha tenido y tendrá un impacto muy significativo en las próximas décadas. Solo el año pasado, en Estados Unidos, se registraron donaciones por un valor de 471 billones de dólares, un crecimiento del 5% frente al 2019. Gracias a los incentivos tributarios en los países desarrollados podríamos sugerir que la filantropía se convirtió en una manera de escoger dónde invertir parte de nuestros impuestos. Hace décadas eran las naciones quienes luchaban por ser las primeras en llegar a la Antártida y a la Luna, hoy son los dueños de las grandes fortunas quienes pretenden salvar el mundo. Y aunque es tal vez el momento de la historia donde más visible ha estado el sector solidario, para generar un mayor impacto es necesario avanzar en algunos retos.

En primer lugar, es importante que haya mayor y mejor información sobre el impacto del sector. Si bien los países desarrollados cuentan con bases de datos e informes que sustentan el alcance de los actos filantrópicos, en regiones como Latinoamérica la información es limitada. Una mejor información es vital no solo para incentivar las donaciones, sino para promover beneficios tributarios ante los gobiernos. En segundo lugar, existen grandes cuestionamientos a nivel mundial sobre cuánto del dinero donado realmente se destina a causas sociales y cuánto se queda en gastos de funcionamiento de las fundaciones, perdiendo estas su esencia y pareciéndose a organizaciones gubernamentales burocráticas. Las organizaciones no gubernamentales deben procurar ser eficientes en su operación y evitar convertirse en un simple vehículo de optimización fiscal. Por último, se deben financiar causas que de verdad generen impacto social y que motiven transformaciones generadoras de valor. Actos caritativos están bien para aliviar la pobreza, pero para crear prosperidad es necesario mejorar la infraestructura social. Parafraseando el libro La Paradoja de la Prosperidad y haciendo alusión a las necesidades de infraestructura existentes en los países en desarrollo, se debe entender la infraestructura como “el mecanismo más eficiente a través del cual una sociedad almacena o distribuye valor”. 

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