El niño 8.300 millones

Recuerdo un cuento de Mario Benedetti. Se titula El niño cinco mil millones. Es, como otros textos de este autor —y de otros de ese universo que fue la literatura latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX—, una mezcla entre indignación y relato.

Es un cuento corto, cuatro párrafos. El segundo dice esto: «…el verdadero niño Cinco Mil Millones no fue homenajeado ni filmado ni acaso tuvo energías para su primer llanto. Mucho antes de nacer ya tenía hambre. Un hambre atroz. Un hambre vieja. Cuando por fin movió sus dedos, estos tocaron tierra seca. Cuarteada y seca. Tierra con grietas y esqueletos de perros o de camellos o de vacas. También con el esqueleto del niño 4.999.999.999».

Hablaba del año 1987. Ya vamos por los 8.200 millones de humanos en esta amalgama de rocas, oxígeno y agua donde, quiso el azar, hubiera esto que llamamos vida. Aún es posible, casi 40 años después, que el habitante ocho mil trescientos millones nazca en iguales condiciones que el niño cinco mil millones que creó el escritor uruguayo.

Pero lo cierto es que ya el número no crece tan rápidamente como hace unas décadas y de la explosión demográfica que preocupaba tanto a Susana Clotilde Chirusi pasamos a la alerta por envejecimiento en varios países del mundo. Colombia es uno de los más recientes en decirlo: están naciendo menos colombianos.

Desciendo de familias numerosas. Mis abuelos maternos dejaron en este mundo 13 hijos. Y esos tíos, a su vez, se esforzaron por extender el apellido Cardozo, sin llegar a sobrepasar la docena. Y algunos de esos primos mantuvieron la tradición de ser muchos, sin llegar a ser tantos. En mi casa fuimos tres hijos. Solo mi hermano mayor decidió prolongar la estirpe.

Cata y yo nos sentamos, lo analizamos y decidimos que seríamos ella y yo, y nada más (aunque ejercer la paternidad y la maternidad —o algo similar a ello— tiene otras formas de aparecerse en el camino, como lo descubrimos más adelante). Es decir, somos de las estadísticas: de esa gente que no trajo nuevos integrantes al planeta Tierra. 

Quizá las olas neoconservadoras que vienen creciendo entre los más jóvenes reviertan la tendencia en el mundo, pero por ahora la cosa es así: la mayoría de las mujeres en edad fértil no aspiran a la maternidad. Solo una de cada seis mujeres en Colombia quiere ser mamá. Y entonces saltan las alarmas, los riesgos, las explicaciones absurdas. ¡Es culpa de Marx!, clama una chica coronada como nueva intelectual de la derecha. ¡Es de gente egoísta!, dicen otros desde su profunda individualidad. ¡Es negar el plan de dios, creced y multiplicaos!, se lamentan los religiosos.

Pero hay, entre todas las explicaciones serias (los nuevos roles de la mujer, la lucha por la equidad de género, la educación sexual, la anticoncepción) una en la que quiero hacer hincapié: «La inestabilidad laboral y los altos costos de vida llevan a muchos jóvenes a retrasar la decisión de tener hijos», dice un aparte del estudio ¿Tener o no hijos? Decisiones de fecundidad en Colombia y Bogotá, de las investigadoras Ana María Tribín, Natalia Ramírez-Bustamante, Paola Camelo y Diana Pinilla, y que cita el periódico El Colombiano.

En un mundo donde independizarse (en España, por ejemplo, la edad media de emancipación supera los 30 años) es cada vez más difícil plantearse la idea de una familia propia, con prole que asegure la continuidad de los apellidos.

Creamos una sociedad donde, para muchos, es difícil asegurar el presente, que mira con desconfianza el futuro (el individual, sí; pero el de la humanidad también) y luego nos sorprende que no se animen a reproducirse. Pero así, ¿¡quién quisiera traer al mundo el niño 8.300 millones!?

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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