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Los conceptos pocas veces tienen un solo sentido. A menudo los usamos para describir distintas cosas. En el caso del populismo, por ejemplo, se ha utilizado para referirse a las afirmaciones demagógicas de ciertos políticos; para describir también un modo de entender la sociedad, o, de manera peyorativa, para caracterizar una forma de gobierno que se considera perversa. Con el neoliberalismo pasa algo similar. La palabra tiene distintos usos y significados. Denota diferentes cosas de acuerdo con el contexto en que se utiliza. Puede ser adjetivo que describe un gobierno (o ciertas políticas económicas) o bien ser sustantivo que menciona un sistema ideológico determinado.
Su historia es igual de polivalente. Su significado original — si es que es posible determinar algo así como un origen— no se corresponde con su uso más común actualmente. Cuentan que la primera vez que se utilizó la expresión neoliberal fue para describir lo sucedido en el Coloquio Lippmann, donde varias personas preocupadas por la situación política de la época se reunieron para concretar un “nuevo liberalismo” que se alejara del fundamentalismo del mercado (del laissez faire) y fuera una alternativa viable al socialismo y al fascismo. A sus asistentes les interesaba entonces ponerle límites al mercado. Nada que ver con el uso actual del término que describe sobre todo a un resurgimiento de la fe en el libre mercado como sistema de organización política y social, que refiere al regreso del fanatismo de mercado.
Es por esta ambivalencia, entre otras cosas, que muchos economistas, sociólogos y científicos sociales en general rechazan al neoliberalismo como concepto para describir al mundo actual. Sin embargo, más allá de la polivalencia semántica y su origen antagónico con el uso cotidiano reciente, no se puede desconocer que ha habido un esfuerzo sistemático por recuperar la centralidad del libre mercado que estuvo en entredicho durante buena parte del siglo XX, en especial con las ideas de Keynes y la consolidación de los Estados de bienestar. La historia es bien conocida y se puede simplificar en nombres y hechos: Von Mises, Hayek, Friedman y los Chicago Boys; Chile pinochetista, Margaret Thatcher, Ronald Reagan y el Consenso de Washington.
El resurgimiento de un capitalismo de libre mercado (que como menciona Ha-Joon Chan no es la única forma del capitalismo, ni mucho menos la más exitosa) ha tenido diversas consecuencias. La más importante, y en esto parece haber consenso, es sus impactos en la idea de individuo, y, lo que podríamos denominar: el deliro de la acción individual. El fundamentalismo de libre mercado, o neoliberalismo, asume un individuo con esteroides cuya agencia es capaz de todo, cuya acción no tiene límites. La famosísima frase de Thatcher: “no existe la sociedad, existen los individuos y las familias” condensa muy bien esa visión de un individuo con superpoderes y de una sociedad que no le debe nada. Es el individuo el único responsable de su propia suerte. De ahí que deba hacer una empresa de sí mismo, para tramitar individualmente toda su vida, incluso las fallas sistémicas. El neoliberalismo genera una ruptura con lo comunitario, un resquebrajamiento de lo público que se asume como una amenaza para la libertad, como una carga para la realización individual. Al no existir la sociedad, el individuo se encuentra abandonado a su propia cuenta y riesgo. El Estado no es más que una amenaza para su realización.
La sociedad neoliberal dice Byung-Chul Han (2014) “no es una «sociedad del amor al prójimo» en la que nos realizamos recíprocamente. Es más bien una sociedad del rendimiento, que nos aísla” (p.76). Es una sociedad que asume a los otros no como aliados sino como contrincantes en un juego que tiene pocos ganadores y muchos perdedores.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-pablo-trujillo/