El día después

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Una realidad social que nunca deberíamos olvidar es que, al final de todo revolcón político, movilización social, despelote o discusión pública, estamos “condenados” a vivir juntos con nuestros conciudadanos. La palabra “condenado” puede parecer brusca, pero para muchos ciudadanos, inmersos en las dinámicas de polarización y fiero debate de estos meses de elecciones, parecería ser lo más cercano a describir la inevitable convivencia política postelectoral.

El principal reto que han enfrentado los seres humanos desde que se asentaron en sociedades complejas, el problema fundamental de las aglomeraciones humanas es precisamente la gestión de esa condena, la posibilidad de vivir con otras personas con las que podemos tener diferencias sustanciales sobre nuestras vidas y en particular, las formas en la que lo público las delimitan. Pero es precisamente esa la condición de la sociabilidad, que haya concordia entre las fuerzas diversas de la entidad política.

El problema de que se pierda esa concordia, o al menos, de que se vea resentida por procesos complejos y tensionantes de decesión colectiva como unas elecciones, es que dé paso a la violencia. Y esa es precisamente una de las preocupaciones que sé que tenemos muchos respecto al actual proceso electoral y en particular, al día después. No necesariamente porque hay expresiones violentas inmediatamente, pero sí porque las pérdidas a la concordia que hemos evidenciado en los últimos meses puedan reactivar fenómenos de violencia y desestabilidad que delimiten las perspectivas de gobernabilidad y paz del próximo gobierno.

Hay des escalar lenguaje y acciones hay mucha responsabilidad de los líderes políticos, por supuesto, pero quisiera regresar al asunto de la condena de la vida conjunta. Esa condición de la sociedad, la diversidad de pensamiento, acción y vidas, y el reto cotidiano de mantener la convivencia, no puede asumirse sin la voluntad, de nuevo cotidiana y extendida, de millones de colombianos y colombianas que hagamos un esfuerzo por reconocer la legitimidad de la existencia y la vida diversa de los otros. Esto no supone unanimidad de opinión, ni ausencia de debate, ni mucho menos; independiente del resultado, los posibles gobiernos que vengan van a necesitar de buena veeduría y control para evitar los problemas de falta de legitimidad.

Pero todo esto debe ocurrir en un entorno en que aceptemos el mínimo menor, pero al tiempo absolutamente necesario, de celebrar la condena de vivir juntos.

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