Durante el 2021, los jóvenes salieron masivamente a manifestarse en contra de un país que no los interpreta y, siguiendo ese sentimiento, que no les corresponde. Un sentimiento de rechazo a las fuerzas políticas que representan el pasado: instituciones, congreso, fuerza pública y, naturalmente, el partido de gobierno.
Este rechazo tuvo múltiples interpretaciones, pero, en suma, fue la manifestación de un malestar acumulado en un momento en el que las promesas de futuro no se veían posibles, y en el que las personas e instituciones que han gobernado han demostrado su incapacidad para dar respuesta a la desesperanza. Aun así, en estas elecciones, candidatos de todos los colores sacan del sombrero una fórmula inocua y prediseñada que demuestra su poco entendimiento del grito de crisis de la juventud: la retórica de las oportunidades.
Propuestas con la frase “oportunidades para jóvenes y mujeres” es paisaje en la salvaje sabana electoral. Pero obvian —y no hay reflexión al respecto—, que esta es una promesa incumplida. Estudiar por más de cinco años en una carrera universitaria ya no es garantía de un buen empleo, ni de mejores condiciones de bienestar y de estabilidad económica. La educación era la única esperanza de ascenso social de una familia pobre en Colombia. ¿Qué pasa si esa esperanza no tiene sustento en el futuro? La educación dejó de ser una promesa inspiradora.
Ni que hablar del desempleo juvenil que, en condiciones “normales”, su tasa se sitúa en el doble de la población adulta. “Los jóvenes consideran que tener una profesión no les asegura una fácil vinculación laboral, dada la baja demanda laboral, la competencia alta y los salarios que no son los esperados.” Concluye un sondeo hecho por la Universidad de La Salle sobre las expectativas laborales de los jóvenes en Colombia.
Esa esperanza de futuro tampoco tiene ningún asidero que reemplace el desencanto de la educación y el empleo. En España, la cantidad de jóvenes que pueden adquirir una vivienda se ha desplomado en la última década. “En 2004, un 57% de los jóvenes-adultos entre 31 y 35 años residían en una vivienda en propiedad, en 2020 solo un 33% estos tenían ese privilegio”, según referencia el analista Ángel Martínez Jorge. Si eso pasa en España — “país de propietarios” donde el 80% de su población tiene vivienda propia muy por encima de los países de la OCDE—, ¿qué nos depara a los jóvenes de los países que están en la cola?
¿Y el poder? La oportunidad de ser parte de la discusión política la resolvió este gobierno con la reactivación de un inocuo espacio de participación: la elección de los Consejos Municipales de Juventud. La respuesta de la población juvenil a esta salida institucional fue la indiferencia. Lejos de la responsabilidad que les atribuyeron a los jóvenes que masivamente salieron a las calles y que dejaron desoladas las urnas, yo invito a la reflexión: ¿el desencanto de la juventud desesperanzada podría ser canalizado en un espacio de representación sin capacidad de incidencia real? La juventud pide relevar el poder, no participar. Esa es la explicación de por qué alternativas populistas con propuestas radicales logran interpretar mejor ese malestar que el inocente discurso de las oportunidades.
El nombre de esta columna no hace referencia al desencanto que quizá muchos tuvieron con la juventud dados los resultados de las últimas elecciones al CMJ. El desencanto que describo es el de la juventud por la situación actual que padecen, por las instituciones y mecanismos que se han creado para ellos y por las promesas de futuro que ellos saben, no se cumplirán. El desencanto es por una clase política que no los sabe interpretar y por una retórica –la de las oportunidades- que ya no convence y que no es suficiente. El desencanto de la juventud por el no-futuro que les espera.