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Salomé Beyer

El colonialismo y su legado

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Escribo esto tarde, casi dos horas después de que tenía que enviar esta columna para que se publique mañana. Estaba esperando inspiración, casi una señal divina que me iluminara, me generara más preguntas de las que ya he planteado por este medio. Estaba esperando que algo sucediera, algo emocionante, algo que provoque cuestionar, reflexionar. Y se murió la Reina Isabel II en Escocia, en el Palacio de Balmoral. Trasladarán el cuerpo a la Catedrál St. Gyle’s en Edimburgo, una de mis ciudades favoritas, la ciudad donde estoy estudiando historia y ciencias políticas. Allí estará veinticuatro horas, en las que se espera que aproximadamente cinco millones de personas lleguen a una ciudad de 500,000 habitantes. Es irónico que una de las mujeres más importantes en la historia -una de las personas más importantes en la historia- tuviera que morir para servir como inspiración para una columna que critica absolutamente todo el establecimiento que representaba.

La definición de colonialismo según la Real Academia Española, institución fundada en un reino colono en 1713, es “Régimen político y económico en el que un Estado controla y explota un territorio ajeno al suyo.” Era tan global este fenómeno que la Asamblea general de las Naciones Unidas estableció en 1961 el Comité especial de descolonización, también conocido como SPECPOL. Se reconoció que lo que los colonos hicieron en el mal llamado “tercer mundo” fue atroz, que masacraron civilizaciones enteras, que mucha parte del patrimonio de la humanidad se desperdició por culpa de unos europeos con hambre de poder y con complejo de superioridad. Y aunque se reconoció el daño que hizo el colonialismo, Estados Unidos lo replicó en la mayoría de los territorios que ahora son sus estados. Hawaii, Arizona, Nuevo México, Texas, Puerto Rico. También lo hizo en Panamá, quitándole a Colombia una región importante de su territorio. Entonces, el ciclo se repite. Los que habían sido brutalmente colonizados ahora colonizaban.

Es por esto que el legado del colonialismo es, precisamente, más colonialismo. Sigue vigente hasta en el mismo hogar del Imperio Británico, del cual se dice que era tan extenso que era el lugar donde nunca se ponía el sol. Siempre iluminado, siempre glorioso; y liderado por un monarca carismático pero representante del poder desigual del norte global, del racismo intrínseco de las monarquías europeas, de las rutas de comercialización humana que llevaron a la esclavitud de las poblaciones negras y su subyugación durante años. Un imperio que ignoró las diferencias culturales y étnicas de los pueblos colonizados al verse derrotado por campañas independentistas, y que llevó a catástrofes como la mediocre partición de Pakistan e India.

El Reino Unido, país de la difunta monarca, no tiene nada de unido. Al imponer un mandato y gobierno sobre cuatro regiones que llaman reinos, aunque no estén de acuerdo con su rey, al ignorar el llamado de Irlanda a desprenderse de este pasado de colonizadores, al voltear la mirada cada semana cuando hay protestas de independencia en Edimburgo, al no apoyar a la primera integrante de color de su familia siguen perpetrando la mirada colona. La reina Isabel II representaba la colonización que comenzaron sus ancestros.

El colonialismo no se puede reducir a simple propiedad. Veo el colonialismo en la idealización de las sociedades del norte global, en que el sur cargue los efectos del cambio climático más devastadores aunque el norte sea el mayor contribuyente a este fenómeno. Lo veo en el racismo, en el clasismo, en las joyas de la monarquía inglesa que son producto de explotación de niños en África (los diamantes de sangre, como los llaman); en que el Museo Británico tenga entre sus paredes diferentes pedazos de edificios y columnas del acrópolis griego, y la momia de Cleopatra. También, lo veo en la idealización de los líderes de los países en vía de desarrollo. En vez de ser unos ciudadanos más, trabajadores del pueblo, son glorificados o condenados, y lo peor de todo es que ellos mismos se lo creen.

Sobra decir que no apoyo las monarquías, y soy crítica de las democracias que hemos tenido en Colombia. Creo en la democracia representativa, en la democracia consciente. No lamento la muerte de la Reina Isabel. Por más que haya sido una mujer importante y haya derribado barreras para las mujeres en el poder, esas barreras fueron derribadas por su apellido y por su ascendencia más que por ella misma. Y poco se habla de cómo su familia logró permanecer en el poder, de sus conexiones con el nazismo, de su complejo de salvadora blanca, de cómo su hijo era íntimo amigo del violador y traficante Jeffrey Epstein. Ese también es su legado.

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