El burladero

Había que verlo entonces. Se diría todopoderoso, arropado por la popularidad, admirado por las élites políticas, aupado desde las páginas editoriales de ciertos medios (esos que declaraban en letra de molde “Somos uribistas y qué”), con un congreso a su favor puesto allí, en parte, con las armas y el dinero de los paramilitares. ¡Qué valiente!, decían.

Hay una grabación en la que se le oye amenazar a su interlocutor. “¡Si lo veo, le doy en la cara, marica!”, le dice. Al otro lado de la línea estaba un tal Luis Fernando Herrera, más recordado por su apodo: la Mechuda. Eran los tiempos de las chuzadas del DAS, esas interceptaciones ilegales a muchos de sus contradictores políticos y, mágicamente, se filtró el audio del entonces presidente para demostrar que también a él lo espiaban, pero que él, además, era un hombre recio, fiero.

¡Qué talante tenía! “Sea varón y quédese a discutir de frente, porque usted, a veces, insulta en la distancia”, le espetó a Hugo Chávez en la Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe y la reunión del Grupo de Río, en 2010.

Si se hace silencio, se pueden escuchar aún los aplausos de sus áulicos; es fácil encontrar todavía los titulares en la prensa y el alboroto de las incipientes redes sociales. Eran los años de la formación del mito. ¡Qué frentero!, lo llamaban.

¿Lo era, acaso? Por lo menos lo decía, hasta hace poco, él sobre sí mismo hablando en tercera persona: “Muchos colombianos dicen que Uribe es peleador, lo cierto es que yo soy frentero, yo no peleo sin nombre”, contestó en una entrevista en La W en agosto de 2020.

Hay que verlo ahora, corriendo hacia el burladero, como el matador que huye del toro porque se ha quedado ya sin suertes para lidiarlo. O porque nunca las tuvo. O como uno de esos tipos que respondían, con toda la soberbia del caso, que si les tocara enfrentarse con un oso, ganarían sin duda, para descubrir luego que ante la fuerza de su oponente, no les queda más que huir.

Pero Álvaro Uribe Vélez sabe que no le bastará con correr para escapar de la justicia y por eso le toca apelar a la forma más ruin de la defensa: aprovechar los intersticios de la propia ley, los vericuetos de esos laberintos que conocen a la perfección los abogados para engañarla.

Dilatar, dilatar y dilatar puede ser su nuevo mantra.

Porque todo lo que han hecho Uribe Vélez y sus abogados a lo largo de su proceso por presunta manipulación de testigos (ese giro de los acontecimientos y de las pruebas que llevó al otrora presidente y luego senador de acusador a acusado) ha sido evadir a los jueces y entorpecer el juicio.

Renunció a su curul como senador para eludir a la Corte Suprema de Justicia, esperando que su caso lo llevara la Fiscalía General de la Nación. Durante los años en que fue fiscal general Francisco Barbosa, tres veces pidieron sus subalternos precluir el caso. Tres diferentes jueces dijeron que no, que había motivos y pruebas suficientes para seguir adelante. Y siguió. Hoy Álvaro Uribe Vélez es, en la historia reciente de Colombia, el único expresidente que ha tenido que sentarse en la silla de los acusados.

Pero a lo que vamos, que de nuevo ahí está Uribe —el valiente, el fiero, el frentero— buscando la grieta que le permita salir de sus líos judiciales sin enfrentarse a la justicia. Su último argumento dilatorio es que la jueza no es imparcial. Su última movida fue una acción de tutela que suspendió su juicio. Su objetivo final es el que buscan quienes le temen a las pruebas: el vencimiento de términos.

Lo logrará. Y mentirá diciendo que demostró su inocencia y reclamará una victoria que no es tal, pues sabemos que la justicia cojea y que a veces no llega porque hay gente experta —como él y sus abogados— en ponerle zancadillas.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

5/5 - (4 votos)

Compartir

Te podría interesar