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Desde pequeña he tratado de reflejar la imagen de una persona independiente de todos, particularmente de los hombres. Crecí con el impulso de demostrarle a quienes me rodeaban que el hecho de ser mujer no me hacía menos capaz, hasta el punto de rechazar la mirada masculina en mi vida. Lo anterior no fue gratuito, sino el resultado de crecer con una figura paternal ausente, un desbalance que subestimé convenciéndome de que no era necesario, que solo necesitaba de mujeres en mi vida y que mi desarrollo durante la niñez y adolescencia no se vería afectado por crecer con una familia carente de papá.
Hoy, a mis veintidós años, me da risa haber sido tan ilusa por pensar que no iba a afectar la ausencia de mi padre la forma en la que veo la vida, el mundo y en especial las relaciones románticas. Es irónico ver cómo mientras más me alejo de lo que representa la figura paterna en la vida de una mujer, más me persigue en lo que valoro y busco de forma inconsciente en otras personas.
Hay quienes asocian el crecer con “problemas paternales”, con conductas infantiles o de constante vulnerabilidad, cuando es todo lo contrario: te aferras a la idea de ser tu propia protectora y proveedora, te cierras emocionalmente para evitar cualquier situación en donde alguien pueda duplicar ese abandono que sentiste en tu niñez y, aunque sigues y seguirás siendo siempre capaz de amar, el concepto que tienes del amor se ve permeado por las ausencias con las que creciste.
Luego de muchas sesiones de terapia salió a la superficie algo que pensaba que era gratuito, producto de mis propias decisiones como mujer. El patrón se hizo visible, el porqué me atraen más fácil las personas mucho mayores que yo, a simple vista frías y en exceso inteligentes, metódicas y organizadas, el porqué siento que el amor no es algo que surge si no que se gana, la razón por la que me cuesta tanto recibir pero al mismo tiempo me hace anhelar con profundidad que alguien me haga sentir protegida otra vez.
Estaba buscando un padre, no una pareja, repetir el ciclo para compensar lo que de pequeña me fue negado. Llevo un tiempo trabajando en eso porque dudo mucho querer ser, ahora que soy consciente, alguna vez la hija de papá.
Me gustaría saber cuales partes de mí serían distintas si hubiese crecido con él a mi lado, ¿sería otra persona si me hubiese arropado por las noches y protegido de los fantasmas, el peligro y los demás hombres? ¿serían mis relaciones más sanas? Por un tiempo largo pensé que necesitaba un padre, una figura masculina para guiarme y enseñarme cómo amar y, sobre todo, que me eliminara la idea de que necesito sanar a los hombres que me rodean para así también salvarme a mí misma.
Tal vez sí hubiese sido otra persona, pero no por ende una más feliz; tal vez siempre deseé un padre presente pero nunca lo necesité.
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