Lo que más me gusta de las novelas y las películas de espías es que nada ni nadie es lo que parece y, sobre todo, y para ponerlo en términos coloquiales, nadie sabe para quién trabaja. Cuando estaba más joven me gustaban el glamur, las chicas y los juguetes tecnológicos del James Bond de Ian Fleming. Hoy todavía me gustan las películas del Agente 007, básicamente, por la música. Con el tiempo, no obstante, fui conociendo otros autores que superaban el maniqueísmo moral de guerra fría de Fleming -con sus villanos caricaturescos y su protagonista que nunca se despeinaba (ni se equivocaba)- y le daban un fondo psicológico profundo y contradictorio a todos sus personajes y los movían en entramados complejos y cambiantes como telón de fondo.
John Le Carré y Frederick Forsyth, autores ingleses y ambos best-sellers, son mis escritores favoritos del género. El primero creó el personaje de George Smiley que, a diferencia de Bond, era un espía bajito, gordito y medio calvo que usaba gafas gruesas. Anne, su libidinosa e infiel esposa, lo describía como un ser “asombrosamente ordinario”, pero precisamente ese rasgo y esa pinta, combinada con una poderosa inteligencia y una memoria monumental, lo hacían un gran espía. Pasar desapercibido era su “superpoder” y esa invisibilidad le permitía observar, clasificar y entender las motivaciones, las debilidades y los miedos de quienes lo rodeaban y de sus adversarios. Aunque disciplinado y leal, Smiley era escéptico frente a las capacidades y motivaciones del establecimiento político al que servía. Forsyth, autor de El día del chacal, con más de 10 millones de copias vendidas (ver película de 1973 y serie reciente en Disney +) se especializó en los thrillers sobre grandes conspiraciones internacionales en las que se mezclaban gobiernos, empresas, partidos políticos y organizaciones.
Ambos autores combinan un conocimiento profundo de las estructuras e instituciones del poder y la forma como actúan (Le Carré trabajó en MI5 y MI6 los servicios de inteligencia interno e internacional del Reino Unido y Forsyth fue piloto de la Real Fuerza Aérea y periodista de la BBC) con la construcción de personajes multidimensionales, complejos y cambiantes. Sus personajes no son héroes con capacidades sobrenaturales, sino individuos en apariencia comunes que tienen un reto que cumplir o una función que desempeñar y que en el camino dudan, se cuestionan, se juzgan y se tropiezan. En sus novelas aparece el azar tanto como las trabas burocráticas, la corrupción y la virtud. Pero, como el género es la novela de espionaje, los rasgos definitorios de las tramas, los diálogos y las interacciones son la simulación y la mentira. El objetivo final es manipular, engañar y utilizar a los otros para la defensa del sistema. En ese juego cualquiera puede ser un agente secreto, pero, adicionalmente, cualquiera puede ser un agente doble, es decir, alguien que engaña a los engañadores. En Le Carré el servicio de inteligencia se conoce como “El circo” y bajo su carpa se mueven ilusionistas, contorsionistas, malabaristas, trapecistas y, obviamente, payasos.
He intentado pensar en lo que sucede hoy en el mundo bajo la lupa de la novela de espías. Un oscuro y retraído ex agente de la KGB cuyo primer trabajo fue en contrainteligencia (buscando a los agentes dobles) y que en algún momento dirigió la FSB (sucesora de la KGB), lidera con mano fuerte y sin oposición (porque sospechosamente muere envenenada o cae de pisos altos de edificios) una potencia nuclear que invade a sus vecinos y que interviene sistemáticamente en los procesos electorales de las democracias occidentales. En los últimos 25 años, ese ex espía (¿siempre espía?) ha puesto en acción todos los trucos y herramientas de la actividad para infiltrar, atacar y explotar las debilidades de sus enemigos.
Parece que ese cuarto de siglo de trabajo sistemático y disciplinado empieza a dar resultados porque el sistema internacional que siguió a la segunda guerra mundial y luego fue afinado con la caída de la Unión Soviética empieza a resquebrajarse. La sombrilla protectora que Estados Unidos puso sobre Europa occidental en la guerra fría tiene sus días contados y ayer se suspendió la ayuda militar a Ucrania. La semana pasada en la ONU, votó alineado con Rusia y Corea del Norte. El tablero ha sido pateado.
El ex agente no atacó el sistema con balas o bombas. En su lugar lo hizo explotando, manipulando y desfigurando los mismos derechos que definen las democracias liberales: libertad de expresión, libertad de prensa, estado de derecho, debido proceso, etc. El enemigo soviético de George Smiley, alias Karla, le dice en su único encuentro personal (El topo, 1974) que son los valores individuales, legalistas, abiertos y compasivos de occidente lo que más vulnerable lo hace ante los regímenes enemigos.
No sé si Donald Trump haya sido reclutado como afirman algunos, pero sí tengo claro que el ex agente de inteligencia que gobierna Rusia reconoció en él a un narcisista ambicioso y débil y que, a partir de ahí, lleva muchos años manipulándolo y trabajando porque llegue al poder para que, una vez ahí, se alinee con su proyecto.
Me gustan los finales de las buenas novelas de espías porque después de traiciones, mentiras, infiltrados y capturas suele haber intercambios de personas, acuerdos bajo la mesa y algo así como una secreta complicidad que mantiene el juego vivo (hasta la próxima novela). Esto, no obstante, no es una saga literaria, y cada vez asusta más.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-londono/