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En proceso de formación universitario no tienen cabida el maltrato ni el acoso. De manera ideal, claro. Confiamos en que un espacio natural de reflexión es el ámbito para aprender a discutir, para sacudir los prejuicios, para avanza en la comprensión de las complejidades humanas.
La universidad, desde su origen, es el lugar donde el conocimiento se amplía y se comparte. No el único, pero sí es el nicho que creamos para re-crear.
No se puede, repito, de manera ideal. Porque, como lo mencionaba en la columna anterior, la universidad es una muestra precisa de las realidades de la sociedad. En el campus, muchas veces, más que aprendizaje y método, hay temor y amenaza. Más que discusiones argumentadas hay guerra de egos. Más que construcción de conocimiento, hay imposiciones de poder.
Pero, que así pase en lo cotidiano no es razón para que se perpetúe.
Con las redes sociales se ha hecho más visible la forma de acoso basada en el poder jerárquico: el de “arriba” que atormenta al de “abajo”; y esto con efectos letales. Las noticias de la última semana son absolutamente desgarradoras.
Lo terrible es que esa no es la única forma de degradación. No es admisible, bajo ningún criterio, que los docentes maltraten a los estudiantes. Como tampoco lo es que el personal directivo abuse de los profesores. Ni se puede aceptar que los estudiantes se traten mal entre ellos o presionen a los docentes. No hay manera de justificar y transmitir esa violencia.
En medio del estupor, nos queda un llamado a la reflexión seria y consciente que nos permita cambiar el curso de prácticas enquistadas. Este no es “un tema”, “una tendencia de redes”: el acoso, el abuso, la angustia, la ansiedad, el suicidio… llamar las cosas como son es ya un primer paso.
Como docentes no podemos temerle a la exigencia y a la rigurosidad. El aula no es un escenario para volvernos famosos por ser “empáticos” (y aprovecho para mencionar que ni sabemos qué es la “empatía) ni para temer que nos señalen. No se trata de ser los mejores amigos de los alumnos ni de tratarlos de manera condescendiente. Eso los minimiza, los reduce. De lo que se trata es de reconocernos y tratarnos con sentido de lo que es justo y solidario.
El compromiso en el aula es retador: no cabe la violencia, pero tampoco cabe ser pusilánime. La educación es un proceso incómodo. Debe tallar, porque alumnos y docentes que ingresamos al aula el primer día de clase, debemos salir, al finalizar el semestre, siendo seres humanos con más capas de complejidad, mayor capacidad de comprensión y mejor juicio para tomar decisiones.
Otros escritos de este autora: https://noapto.co/maria-antonia-rincon/