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Ecología para un buen crecimiento

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Por: Federico Botero Jaramillo

Estar vivos es la capacidad de producirnos a nosotros mismos. Nos lo enseñó Humberto Maturana. Nuestros órganos, nuestros tejidos, nuestros huesos y nuestros pensamientos se están generando y regenerando permanentemente, están creciendo. Si un organismo vivo no crece, muere. En síntesis, el crecimiento es una característica esencial de la vida.

Los sistemas sociales también son sistemas vivos, con redes de comunicaciones e interacciones a través de las que generamos ideas, pensamientos y paradigmas que se convierten en nuestra teoría del mundo, en nuestro sistema de creencias, en lo que conocemos como cultura.

Nuestra cultura, sin embargo, está desconectada de las dinámicas de la vida. Y los grandes problemas del mundo, decía Gregory Bateson, son el resultado de la diferencia entre la forma como funciona la Naturaleza y la forma como pensamos las personas.

Una de esas expresiones de esta desconexión la encontramos en los paradigmas alrededor del crecimiento económico. El crecimiento en la Naturaleza no es lineal o ilimitado, es un crecimiento que se da en múltiples fases; está lleno de posibilidades, de rutas, de novedad. Mientras ciertas partes de nuestro cuerpo, de otros organismos vivos o de un ecosistema crecen, se generan o regeneran, otras decrecen.

Una selva que se está formando, por ejemplo, tiene un crecimiento inicial rápido de su estructura. Crecen especies pioneras que estimulan el crecimiento de otras especies. Sin embargo, con el tiempo, este crecimiento pasa de ser un crecimiento rápido, de su tamaño y estructura y entra en una fase de crecimiento en términos de la madurez del sistema, del fortalecimiento de las relaciones que se forman, en la riqueza de sus dinámicas. Un crecimiento cualitativo: con propiedades que emergen de ese conjunto de relaciones e interacciones, como la salud de ese sistema vivo.

La muerte también hace parte de la vida. Cuando un árbol maduro dentro de una selva cae, continúa otra fase de crecimiento, se convierte en fuente de vida para otras especies. Sus hojas se convierten en la piel del suelo y conservan la humedad. Ese árbol cuando cae tumba otros árboles que crean claros en la selva. Estos claros permiten que la luz llegue hasta el suelo y se desarrollen otras especies que estaban almacenando energía y esperando su oportunidad para crecer. El tronco del árbol se convierte en sustrato para descomponedores, por ejemplo, que reciclan esos nutrientes, favoreciendo el crecimiento de nueva vida, esto es, se convierte en nuevas fuentes de crecimiento.

Ese es el proceso de la vida, generar más vida a través de la regeneración como motor del desarrollo. Un crecimiento que consiste en la formación de redes de colaboración, en la creación de novedad, en la transformación de la energía. Un crecimiento en términos de sofisticación, madurez, a través del que emergen cualidades en el sistema que ninguna de sus partes comparte. Un crecimiento regenerativo que fortalece la red de la vida.

Para reconciliar esa diferencia entre la forma como funciona la Naturaleza y la forma como pensamos, debemos cultivar nuestra inteligencia cultural. Cultivar la inteligencia cultural como antídoto contra los peligros de la racionalidad cortoplacista, como escribe Mauricio García Villegas. Con una consciencia ecológica como base para que diseñemos nuevos paradigmas económicos. Eso significa reemplazar esos paradigmas que no están entregando respuestas frente a los grandes retos que enfrentamos y que nos han llevado a perseguir un crecimiento lineal, extractivo, que medimos principalmente en términos cuantitativos.

Estos paradigmas que no están funcionando debemos reemplazarlos con nuevos modelos mentales que nos permitan diseñar un sistema económico reconectado con el manejo de la casa común y que integre aspectos cualitativos. Diseñado para servir a la sociedad y al resto de la vida.

Desde una mirada ecológica la distinción entre un buen crecimiento y un mal crecimiento es clara, como señala Fritjof Capra: un mal crecimiento es un crecimiento que destruye las dinámicas de la vida. Un buen crecimiento, por otro lado, es el que las fortalece. Esto es, un crecimiento cualitativo.

Cuando hablemos de crecimiento económico, entonces, la pregunta no es si crecemos o no. Más bien debemos preguntarnos: ¿Qué tipo de crecimiento? ¿Cuáles deben ser las cualidades de ese crecimiento? ¿Cómo podemos pasar de un desarrollo degenerativo a un Desarrollo Regenerativo? Y también ¿Qué es lo que queremos que decrezca? De tal forma que podamos reciclar esos componentes, esa energía, para que a través de la regeneración se conviertan en fuente de un buen crecimiento; de un crecimiento al servicio de la vida.

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