Escuchar artículo
|
Por: Laura Hernández (espacio cedido por el columnista Pablo Estrada)
Por épocas he tenido el impulso, o más bien, la necesidad de escribir; de aclarar mis ideas. Pero, por primera vez en mi vida, tengo la necesidad de compartirlas. Me encuentro en un punto de mi vida en el que mayor seguridad siento que debo transmitir, sin embargo, nunca me había sentido tan confundida, tan vulnerable.
A mis 25 años decidí asumir el rol al que toda mi vida me había negado. El rol que toda mi familia esperaba que asumiera: ser Segunda Generación, continuar un legado; construir sobre lo que mi padre ha construido por más de 35 años. Liderar la empresa que me ha visto crecer, pero de la que no sabía nada al respecto.
Ver la angustia de mi padre todos los días por atravesar uno de los momentos más difíciles de su empresa hizo que, en un momento de valentía -o algunos dirán de ignorancia- asumiera la responsabilidad de impulsar la organización con la que mi padre ha impactado y aportado a miles de vidas y trabajos.
Aunque de manera técnica, la empresa que ahora dirijo sea considerada “tradicional”, uno de mis primeros enfoques fue comenzar a tratarla como un emprendimiento o una “startup”. Más allá de los retos y aprendizajes que he tenido en el camino, que son muchos y sé que faltan mil más, sigue habiendo cuestiones que no logro terminar de aceptar en este mundo empresarial.
Mis ojos son unos ojos inquietos que no son capaces de aceptar una injusticia, que no son capaces de quedarse inexpresivos ante la normalidad de ciertos patrones del contexto. Es por esto que, cada que me encuentro con un comentario machista dentro del “ecosistema” emprendedor, una parte de mí quisiera salir a gritarle al mundo; romper esa imagen de mujer segura, ordenada, que aparenta tener todo bajo control y visibilizar los comportamientos excluyentes que se siguen expresando en estos ámbitos.
Cada día hay más incentivos para el nombramiento de mujeres en cargos directivos, y todos valoramos las tesis de los fondos de inversión para emprendedoras mujeres, entre otras iniciativas. Pero poco se habla de las dinámicas machistas dentro del mundo del emprendimiento. Porque los negocios todavía se hacen “con unos tragos” o “donde las putas”, todavía se califican las mujeres por “que tan chimba están”. Mientras se realizan charlas motivacionales sobre cómo podemos levantar millones de dólares en unas semanas, poco se habla del rol que cumplen las mujeres en estos emprendimientos. Según Confecámaras, de más de 300.000 empresas que se crearon en 2022, solo el 6% tiene una mujer en un cargo directivo.
¿Dónde estamos las mujeres? En el mundo de las startups aún nos llaman “niñas”; todavía nos sorprendemos y “celebramos” que una mujer de 25 esté liderando una organización, pero a la vez nos parece natural que un hombre de 20 años esté emprendiendo. En los equipos donde hay mujeres, es casi siempre un hombre el que se encarga de levantar capital, hacer networking, conseguir clientes. ¿Por qué no estamos en estos espacios?
Esto no es exclusivo del mundo del emprendimiento, pero me genera cierta desilusión que el ecosistema más prometedor del momento, en el que muchos tienen sus ojos encima, la industria en la que sabemos que con un par de soluciones tecnológicas podemos facilitar la vida de millones de personas, no nos cuestionemos la raíz y las consecuencias de naturalizar comportamientos que durante siglos mujeres han luchado por derrumbar.
Siento que hay otros aspectos de nuestra cultura donde hemos avanzado, otros contextos en los que la desigualdad de género se ha reducido significativamente, pero creo que hay una oportunidad enorme para acabar con estos comportamientos desde el comienzo. Se trata de una industria en la que el cambio es una regla universal. ¿Y si cambiamos estos comportamientos?