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El ego, en su acepción un tanto peyorativa que ofrece la RAE, se entiende como exceso de autoestima. Todos los seres humanos lo tenemos en mayor o menor medida y lo sacamos a relucir según las circunstancias en las que estemos interactuando y con las personas que lo estamos departiendo.
Uno de los contextos en donde más nos pesan los egos, es cuando estamos discutiendo. Obvio no lo podemos dejar de lado, pero en un ejercicio predominantemente racional como es la discusión, no nos debemos dejar cegar por el mismo, so pena de no sacar el mejor provecho de la misma e incomodar a los contertulios u oponentes de ocasión.
Cuando el ego nos desborda, empezamos a discutir para ganar y eso no tiene sentido. Eso no implicar enjaular nuestras emociones ni acallar nuestras pasiones. Lo indebido es renunciar, despreciar o subordinar las razones y los argumentos, con tal de “tener la razón”, cuando la gracia de discutir es, como nos invita su etimología, sacudir las ideas, las de los otros y, ante todo, las nuestras, para ver si la sustentación de nuestras opiniones es sólida o no.
Es poco o nada lo que nos educaron para discutir y argumentar bien, esto es, para mantener unos mínimos de cortesía, que den cuenta de la atención y el respeto por los demás, de modo que la discusión no atente contra las relaciones personales de los que debaten.
Son varias las condiciones para tener una discusión sana, pero en esta columna me voy a centrar en tres que normalmente se violan, precisamente, por falta de cortesía, atención y respeto a los demás, por lo menos en la discusión. Todas están estrechamente relacionadas con el ego, con el discutir para ganar, y que ilustraré con un ejemplo básico y cotidiano.
- Mover el punto de discusión. Esto es, cambiar el objeto (o sujeto) de discusión. Alguien le propone a uno una discusión, preguntándole si el actual alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, es bueno, y uno le responde que no le parece. La contrarrespuesta, si la persona que propuso la discusión argumenta la contrario o tiene afecto por el alcalde, es, en muchas ocasiones, “entonces, ¿preferís a (Daniel) Quintero?” En esos casos les respondo, es que usted me pregunto por el alcalde Federico, no por Quintero, que por demás no me parece malo, sino perverso, pero sería objeto de otra discusión, no de la que me estás proponiendo.
- Atribuirle a uno palabras y argumentos que no expuso. Para seguir con el ejemplo, le dicen cosas de este tipo “es que como que Fico te cae mal” o “a vos no te gusta Fico”. De nuevo las aclaraciones. Primero, me preguntaste por el alcalde, por su rol y no por la persona en general, y eso que dices no es cierto, me parece querido, trabajé en su primera alcaldía y lo trata a uno muy bien, por lo cual no estoy hablando de nada personal. Y, segundo, me preguntaste por la opinión, no por el gusto ni por hechos. Valga recordar que las opiniones se argumentan, los hechos se demuestran y los gustos, deseos, intereses y pasiones, se expresan, no es indispensable sustentarlos ni mucho menos demostrarlos.
- No leerse ni escucharse uno mismo. Cuando las discusiones son larguitas, los que discuten para ganar, casi siempre caen en contradicciones, porque no solo no escuchan a los oponentes, sino que no se escuchan ellos mismo ni se leen, que, para el efecto, es lo mismo. En ocasiones les mando sus propios argumentos contradictorios o les sugiero que se graben y no tendríamos que discutir. Siguiendo con el caso del ejemplo, a veces no le encuentran más virtud al alcalde actual que ser un bacán, pero le dan palo por diez o quince temas fundamentales para una alcaldía, simplemente porque se quedan en la comparación con Quintero, que no fue el tema de discusión que ellos mismos pusieron.
Discutir, en estas condiciones, no es gratificante, ni edificante ni consolida o mueve nuestras ideas. En muchas ocasiones, nos terminan es molestando, aburriendo y hasta sacando de casillas, porque es desgastante estar aclarando. Por fortuna, más allá de la piedra del momento, no me termino tomando nada personal. Creo que el diccionario de la RAE se equivoca en su definición, porque más que exceso de autoestima, creo que, como en muchos otros casos, el exceso de ego es un síntoma, porque el problema real es una falta de autoestima, no para todo ni en todo, en este caso, para discutir en general o para un tema en particular, porque tampoco se trata de generalizar.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-munera/