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La política exterior de un país busca promover los intereses nacionales a partir del ejercicio de la diplomacia. Estas relaciones abarcan distintos temas, todos cruciales para una nación: seguridad, relaciones económicas, influencia internacional, alianzas, promoción de valores y derechos, así como la gestión estratégica de problemas globales.

En el caso de Colombia, el siglo XXI ha representado una evolución en el desarrollo de su diplomacia, pasando de una posición activa hacia una retórica. La primera década de los 2000 supuso una agenda agitada, debido a los cambios que se presentaban en la nación por cuenta de la lucha contra los grupos armados insurgentes. Durante la época de la “Marea Rosa”, como se les denominó a los gobiernos de izquierda y centroizquierda que gobernaban una porción de países latinoamericanos (Venezuela, Ecuador, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Chile, Nicaragua, Paraguay, Honduras), Colombia enfrentaba una de las luchas más determinantes para evitar convertirse en un Estado fallido. Si ser un gobierno de derecha en un momento donde lideraba la izquierda ya suponía un reto mayúsculo; sumarle a eso la lucha frontal contra las guerrillas, ponía al gobierno en una situación diplomática de la más alta envergadura.

Si bien promover las buenas relaciones con los vecinos es importante -además de estratégico-, más lo es trabajar por los intereses nacionales esenciales para el desarrollo interno. No son elementos excluyentes, ni mucho menos, pero es preferible recuperar una relación que perder un país. La diplomacia puede ayudar en el primer propósito, pero poco puede hacer por el segundo. En el caso anterior, de poco hubiera servido conservar una buena relación con Hugo Chávez y Rafael Correa, si con ello se condenaba a Colombia, o al menos ese parecía ser el análisis que efectuaron quienes estaban al frente de las relaciones exteriores de la nación.

En la actualidad, si uno mirara el enfoque de la diplomacia en el país, pareciera como si esta asignara mayor importancia a la preservación de las buenas relaciones con países afines ideológicamente -lo cual no parece del todo estratégico- y al uso de una retórica literaria colmada de florituras o agravios, en lugar de priorizar los intereses nacionales, como lo mencioné al inicio de la columna. Situaciones como las elecciones en Venezuela y el desconocimiento al fraude y los atropellos a la ciudadanía del vecino país, o los permanentes insultos y el rompimiento de relaciones con países como Israel, sentenciados desde las redes sociales -el canal menos diplomático del planeta-, lo único que evidencia es la ausencia de una concepción estratégica de las relaciones internacionales, especialmente en beneficio de los colombianos. La voz internacional del país se ha debilitado frente al mundo, y esa es una falla de la diplomacia, que anda buscando por fuera problemas que nos perjudiquen por dentro…todo lo contrario a su espíritu.

Viendo el cambio que ha tenido la diplomacia en los últimos años, las preguntas que surgen son ¿cuál es el objetivo actual de la política exterior en Colombia? ¿Son los intereses nacionales el punto central de la agenda de nuestras relaciones con el mundo? ¿Qué efecto está teniendo nuestra gestión internacional? ¿Cuál es el peso de Colombia hoy ante la comunidad internacional? si la respuesta común es que nos “llevamos bien” con los vecinos, aun a costa del bienestar interno, la conclusión salta a la vista.

No es posible que la estrategia de política exterior del país se resuma en el uso de Twitter (X).

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/andres-jimenez/

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