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Intenté comprar boletas para el concierto de Feid desde el lunes. Todos los días, después de filas virtuales de varias horas que parecían más una procesión de Semana Santa al medio día que cualquier otra cosa, mis amigos y yo fracasamos estrepitosamente. Y me gustaría decir que es la primera vez que me pasa, pero aunque los conciertos en Medellín se parecen cada vez más en infraestructura a los de Madrid o Miami, las tiqueteras parecen manejadas por un grupo de chimpancés entrenados para dificultar el proceso al consumidor de a pie y facilitarlo a los revendedores.
Hicimos fila virtual desde horas antes, pero nos encontramos, una y otra vez, con la sorpresa de que casi todo el recinto estaba agotado (a excepción de una que otra boleta de localidades más costosas). Una de las explicaciones aparentes es que más de medio estadio ya estaba comprado por los revendedores, que de inmediato empezaron a aparecer en redes sociales vendiendo las boletas a tres o cuatro veces más que su precio original. A eso se suman las estafas en las que la misma entrada es vendida más de una vez, por lo que se ha vuelto común ver gente que, al intentar entrar al concierto, es devuelta a su casa con los crespos hechos. Si bien algunas tiqueteras se han inventado diferentes mecanismos para evitar la reventa, como el traslado de boletas a pocos días de los eventos, estos no parecen ser efectivos.
Ahora bien, existen más problemas, como los softwares que muchas de las tiqueteras usan para la venta de boletería. Funcionan de manera arcaica y casi nunca soportan el volumen de personas que hacen fila para comprar. Por ejemplo, es frecuente que, comprando la boleta y durante el proceso de selección de localidad, la página se reinicie, no responda o se bloquee. Incluso, también es usual que se presenten problemas de pagos con plataformas como PSE, todo porque los softwares no están diseñados para aguantar el volumen de gente que reciben: si una tiquetera no tiene las capacidades logísticas para asumir la venta de un evento, no debe tomarlo.
Por supuesto, el desorden que se presenta en las filas y los procesos de compra virtuales se termina trasladando al día del concierto. Tanto en Medellín como en Bogotá he presenciado escenas de tumultos a la entrada de los eventos, lo que representa un riesgo para la seguridad de quienes asistimos. Sin importar que uno haga fila desde temprano, la logística no sabe organizarla, por lo que al momento de apertura de puertas se presentan estas aglomeraciones, con sus respectivos colados.
Sumemosle que, en Medellín, la cultura del «vivo» romantiza que no se respeten las sillas numeradas (si es que siquiera se venden así). Esto, evidentemente, genera filas kilométricas desde muy temprano, con todos los riesgos que implican. Qué bueno sería llegar una o dos horas antes al concierto y poder entrar tranquilo, sabiendo que la silla por la que pagaste va a estar allí.
Si sacamos pecho porque nuestra ciudad nuestra tiene shows de talla internacional, que la cultura ciudadana para ellos también lo sea. Pues podemos tener pólvora, láseres y artistas de todo el mundo, pero nada ganamos si seguimos con métodos logísticos que no funcionan y con esa mentalidad de avivatos, que lo único que proyecta es tercermundismo y falta de respeto por el tiempo y el espacio de los demás.
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