Desenterrar lo que nos pasó

Desenterrar lo que nos pasó

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Se escribe fácil. Es una palabra de doce letras que se lee rápido: desaparecido. Lo largo es la espera, lo que no termina es la angustia, lo inacabable es el duelo.

Lo sabe Luz Enith Franco. Es a ella a quién oirán hoy en la Corte Interamericana de Derechos Humanos; es sobre su esposo, Arles Edison Guzmán Medina, que ella hablará, pero su historia resonará en la memoria de los cerca de cien desaparecidos que dejó la Operación Orión.

En esta ciudad hace falta gente. No es que seamos pocos, sino que a unos se los llevaron y no volvieron más. Los sacaron en las noches que siguieron a esa toma a sangre y fuego donde llovieron balas sobre las casas de la comuna 13.

“El Cacique Nutibara hizo inteligencia, logró la ubicación de guerrilleros, se infiltró dentro de la población civil y todos estos datos se le adjuntaron a las Fuerzas Militares”, le dijo Diego Fernando Murillo Bejarano, o don Berna, a la Unidad Nacional para la Justicia y Paz y recogió en una investigación el Centro Nacional de Memoria Histórica.

A Arles se lo llevaron la noche del 30 de noviembre de 2002. Lo rondaron por la mañana, preguntaron por él, pero no fue hasta a las 7:00 de la noche que se lo llevaron. Llegaron tres hombres en un carro, que en una hora, madrecita, se lo devolvían, le dijeron a Luz Enith. Van más de 170.000 horas de espera.

Luz Enith hablará (o habló, depende de cuando usted me lea) este martes 31 de enero ante la Corte Interamericana de Derecho Humanos. Será solo ella, pero la sostendrán las historias y las voces —esas que hablan con la emoción apretando por dentro, como canta Blades— de los otros tantos que no volvieron nunca. A los que no dejaron volver.

Lo que pase en esa jornada puede definir en gran parte el futuro de la búsqueda de las otras personas que faltan. Puede ser que este gobierno, al contrario del anterior, pase de la defensa a ultranza de la llamada política de seguridad democrática, caballo de batalla que sirvió de argumento para esa operación militar a gran escala sobre aquellos barrios del occidente de Medellín, al esclarecimiento de la verdad.

Puede ser que se logre, de nuevo, empezar a escarbar otra vez en La Escombrera, para ver si podemos desenterrar parte de la verdad de lo que aquí pasó. Puede ser que sirva para evitar, tal vez, el peor de nuestros errores: el olvido.

Hace ya más dos décadas que las fuerzas del Estado, en connivencia con el paramilitarismo, usaron en Belencito Corazón, 20 de Julio, El Salado, Nuevos Conquistadores y Las Independencias II con una capacidad de fuego que no se volvió a ver nunca en una ciudad de Colombia. Hace ya más de dos décadas que, incluso durante el fragor de los disparos, se alzaron voces que advertían de retenciones ilegales, de los encapuchados —que eran jurados, jueces y verdugos— señalando al líder, al vecino, al diferente.

A esta ciudad no le gusta recordar lo que la afea. Prefiere esconder lo que le molesta. Demoler antes que recordar. La voz de Luz Enith es, un empeño más para que, en lugar de echarle más tierra al asunto, empecemos a quitársela.

Adenda: justo el lunes, la misma Corte IDH encontró que el Estado colombiano es responsable en el exterminio de la Unión Patriótica. Aquella masacre pasó ante los ojos de toda Colombia. La sentencia confirma lo ya sabido: que aquí se unieron las élites políticas y la fuerza pública para callar para siempre a quienes representaban una propuesta diferente. El río de sangre de los 80 fue caudaloso, pero que no se nos olvide que no se ha detenido.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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