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Hace un par de semanas, un joven de Manrique tuvo un intento de suicidio; trató de tomarse un tarro entero de Tramadol mientras estaba en su casa ¿Las razones? Más de lo que ahora parece costumbre en nuestros jóvenes: falta de propósito y futuro, problemas familiares, situaciones económicas, ausencia de propia valía. De eso parece que estamos rodeados.

Activamos el Código Dorado a través del 123 social y quedamos asombrados cuando la respuesta de la institucionalidad fue enviarle una patrulla de policía, así es, ¡una patrulla! Algunos me dijeron que era el protocolo internacional ante estos casos por tratarse de un atentado a la vida, pero por Dios, estamos en Colombia ¿Qué imagen tienen los jóvenes de nuestra policía? Y más en ese estado ¿Y qué tan preparada está la policía para manejar estas situaciones de manera asertiva?

Después de evidenciar el caso en redes, la secretaria de Salud, el secretario de Inclusión Social y la Secretaria de Juventud, actuaron de manera diligente y buscaron un carro del 123 para que trasladara a este joven a urgencias. Hasta el comediante Chicho Arias estuvo pendiente del asunto y nos ayudó a presionar. A todos ellos muchas gracias por su gestión, pero es claro que este caso y muchos más que ocurren en la ciudad a diario deben generarnos profundas reflexiones. Veamos algunas cifras.

  • Durante una comisión accidental del Concejo de Medellín, el área de gestión social del Metro de Medellín nos contó que el año pasado (2021) hubo 14 suicidios en el sistema, y hasta la fecha de la comisión (14 de octubre) se habían presentado 74 casos en lo corrido del año 2022.
  • Según la Secretaría de Salud, las consultas por trastornos neuróticos, situaciones estresantes, trastornos del humor y trastornos del comportamiento, sumadas, pasaron de 122.575 en 2016 a 315.938 en 2021. 
  • Según el observatorio de políticas públicas de Medellín, la tasa de mortalidad por suicidio pasó de 5,6 en 2012 (134 casos) a 7,9 en 2021 (203 casos).
  • Y en la Encuesta de Percepción Ciudadana de Medellín Cómo Vamos, son los jóvenes y los adultos mayores los que más consideran que en el último año su salud mental ha sido regular, en comparación con otros grupos poblacionales. Y lo mismo ocurre en la zona nororiental, en comparación con otras zonas de la ciudad y los estratos más bajos. 

Es decir que son los jóvenes y adultos mayores del norte de nuestra ciudad los que tienen el mayor nivel de riesgo asociado a la salud mental. Las causas de todo ésto son múltiples: la pandemia sin duda dejó estragos internos en muchas personas; la situación económica que se agrava en muchas familias; el constante bombardeo en redes sociales de aspiracionales imposibles de alcanzar; un policonsumo de droga psiquiátrica sin prescripción como fluoxetina, clonazepam o tramadol; y una aparente ausencia de futuro personal y colectivo que nos lleva a pensar que “nada importa”.

¿Y qué estamos haciendo? Pues muchas instituciones han desplegado acciones ante esta situación, tanto públicas como privadas, pero es claro que aún no tenemos la suficiente capacidad para hacerle frente. La realidad nos está golpeando. Hemos avanzado mucho en la contención y de alguna forma en fortalecer capacidades psicoeducativas, pero en procesos terapeúticos de calidad, fácilmente accesibles y a bajo costo, nos falta mucho. 

Conseguir una cita con un psiquiatra significa la proeza de pasar la burocracia de la salud y, como lo denunciaron algunos jóvenes hace poco en el Concejo de Medellín, los psicólogos en los colegios públicos no dan abasto con tantos casos, situación que ha empeorado porque a los profesionales los han cambiado cada tres meses ¿Qué confianza puede construir un estudiante con un nuevo psicólogo cada tres meses?

Sin duda, este es un tema que nos tiene que preocupar a todas las instituciones, pues no estamos hablando sólo de una situación patológica, sino de que aquellos que han estado bien, ahora están mal, y que el problema avanza. Hay que hablar de salud mental en las familias, en la escuela, en las empresas, en la calle. Tenemos que mejorar las rutas de atención de largo plazo y ofrecerle a esta ciudad, a nuestros jóvenes, un propósito individual y colectivo, que va más allá de la vanidad, el dinero fácil y la superficialidad del espíritu.

Solo tres mensajes finales:

  • A las familias, los amigos, los profes y los jefes: construyan redes de cuidado para los suyos, señales fáciles de captar para contener situaciones, y acompañen los procesos de largo aliento de quienes lo requieran.
  • A las instituciones: que es momento de movernos, de salir del asombro y el dolor, y pasar a la acción. Quienes tenemos responsabilidades debemos asumir esta agenda como algo fundamental.
  • Y a quienes piensan que acabar con la vida es acabar con el sufrimiento, les digo que no es así; somos capaces de pilotear ese sufrimiento, y también un momento de oscuridad puede ser una gran oportunidad para que emerja la luz. Esto también pasará.

Ah y solo le diría, finalmente, al precandidato a la alcaldía que controla la Secretaría de Educación, y que quita y pone profesionales como quiere en función de sus aspiraciones políticas, que no sea infame y no juegue con la salud mental de los jóvenes de esta ciudad solo para ganar el poder. Esta ciudad, este departamento, esta sociedad es mucho mejor que eso; lo hemos sido y lo seguiremos siendo.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/wilmar-andres-martinez-valencia/

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