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Esta semana pregunté en mis redes sociales por la frase, dicho o refrán de “sabiduría popular” que las personas consideraran que mejor representara a los colombianos. La lista fue larga, pero no necesariamente muy heterogénea. Es decir, aunque hubo una buena cantidad de respuestas, la gran mayoría de las frases referenciadas hablaban sobre la viveza de los colombianos, su relación compleja con el cumplimiento de normas y acuerdos y en general, con su des confiabilidad. Es fácil recordarlas: “hecha la ley, hecha la trampa”, “ladrón que roba a ladrón, tiene 100 años de perdón”, “las cosas no son del dueño sino del que la encuentra (o necesita)” y en particular, el célebre “no hay que dar papaya” o “a papaya puesta, papaya partida” (Aquí pueden ver todas las respuestas). Es interesante, aunque no sea muy sorprendente, que buena parte de nuestro repertorio de expectativas culturales haga referencia al viejo modelo mental de la viveza colombiana. No solo alojado en la existencia de las frases, sino en que sea en lo primero en que pensemos cuando nos preguntan por esa especie de conocimiento colectivo que suponen los refranes.

La investigación sobre los efectos de las estructuras de significado y creencias culturales, denominados normalmente como modelos mentales, ha recogido muchísimos casos en los que la referencia a una expectativa cultural afecta profundamente el comportamiento de las personas. En la India, por ejemplo, un experimento con estudiantes de colegio que debían resolver problemas matemáticos similares a las pruebas estatales encontró que recordarle a un grupo mixto de ellos la casta a la que pertenecen sus familias, y en ese sentido activar las expectativas sobre esas castas, llevó a que los estudiantes de castas menores les fuera peor en el examen y a las de casta superiores un poco mejor. Poner de manifiesto la identidad de las personas, sea estigmatizada o privilegiada, puede llevarlos a comportamientos diferentes que pretenden alinearse con la expectativa colectiva que reconocen en esa identidad.

Pero hay un caso que creo que es mucho más llamativo e interesante para el caso colombiano. El experimento se realizó con personas que cumplían condenas en una cárcel de estadounidense, los participantes debían resolver de nuevo una serie de problemas y se les presentaba la oportunidad de hacer trampa para lograr un mayor beneficio al final del ejercicio. Los experimentadores separaron en dos grupos a las personas, en uno de ellos solo dieron las instrucciones para la actividad, en el otro, les recordaron a los presidiarios las razones por las que estaban en la cárcel. En el segundo grupo se produjo sustancialmente más trampa que en el primero en la actividad.

Los prejuicios, los que tenemos y los que creemos que otros tienen sobre nosotros, pueden tener una influencia profunda y terrible sobre nuestro comportamiento. Si extrapolamos un poco los resultados de mi superficial consulta de Twitter, y la enlazamos con esta idea, resulta todavía más preocupante que al parecer el modelo mental más sencillo de identificar para los colombianos es nuestra mutua desconfianza interpersonal. Precisamente usando datos de la Encuesta Mundial de Valores, es muy sencillo identificar una tendencia en buena parte de los países encuestados respecto a la confianza entre las personas y lo extendida de una idea respecto a que “otros se aprovecharán de mí si tienen una oportunidad”. Los países de América Latina y África suelen estar en el cuadrante negativo de ambas afirmaciones: Alta percepción de que otros se aprovecharán si pueden y alta desconfianza (Ver los datos).

Ahora bien, los modelos mentales pueden cambiarse o reajustarse. Es posible realizar procesos de reflexión colectiva que problematicen estas ideas que tenemos con otros, desde la reafirmación persuasiva de que los demás son tan confiables como nosotros mismos, hasta el trabajo educativo que mejorar los mecanismos de construcción de confiabilidad entre personas de una misma sociedad. Todas estas son versiones elaboradas de un simple mantra, otro o un nuevo refrán al que deberíamos consagrar parte de nuestra sabiduría colectiva, que al final, y siempre que sea posible, hay que dar papaya.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-silva/

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