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En otra columna publicada en este mismo medio con el título Despolitizar la ideología (https://noapto.co/despolitizar-la-ideologia/) abordé este asunto con la amplitud que permite una columna, buscando mostrar que, además de una función política, la ideología también tiene otras funciones como la cultural o sociológica, y la psicológica, entre otras. En esta me propongo responder a la pregunta de cuál es la mejor ideología.
Plateaba en la primera que, a priori, la ideología es un concepto neutro, como bien se infiere de la primera definición del diccionario de la RAE: “Conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc.”, el cual es refrendando por el gran pensador francés Edgar Morin, que en primera instancia planteaba que la ideología, en su acepción básica, es un sistema de ideas en grado cero, es decir, que no admite adjetivos.
Pero también reconoce Morin la versión prejuiciada y politizada, que implica utilizar ese sistema de ideas para validar las nuestras y descalificar las ajenas. Desde la política, la ideología toma “la verdad por la fuerza” para simplificarla, encantarla y deformarla, en pro de la justificación y la legitimación personal y grupal. Por eso buscamos las ideas y las razones que más se ajusten a nuestra forma de actuar.
Según Juan Carlos Monedero, en Curso urgente de política para gente decente, “los seres humanos tenemos dos grandes motivaciones para actuar: la ganancia personal y no ser vistos como movidos únicamente por dicha ganancia”; a veces hasta intentamos negarlo y autoengañarnos, esto es, evadir nuestro sesgo ideológico.
En consecuencia, todos, con más o menos consciencia, mayor o menor informados, tenemos nuestra ideología y las bases que la sustentan y en todas ellas subyace, sin duda, una concepción de la naturaleza o la condición humana.
Por ejemplo, con matices, los liberales, conservadores y neoconservadores (mal llamados neoliberales) parten de la base de que nuestro estado de naturaleza es el egoísmo y la maldad, por lo cual somos lobos para nuestros congéneres. En efecto, su ideología está basada, entonces, en el miedo, y de ahí que le concedan un lugar tan importante a la seguridad, como garante de las libertades individuales. De hecho, el liberalismo está fundamentado en el individualismo.
El socialismo (o progresismo), por su parte, considera que lo natural en los seres humanos es la cooperación, que, a su vez, está salvaguardada por la reciprocidad como mecanismo biológico, según el planteamiento Monedero. Para dicho autor somos, ante todo y naturalmente, animales sociales y cooperadores, pero la cultura neoliberal, en auge desde los años setenta, se ha encargado de fomentar y privilegiar al depredador que también nos habita, “convirtiendo la sociedad en un campo de batalla todos contra todos”. Reconoce, sin embargo, que los estudios demuestran que solo hasta un máximo de 200 personas pueden convivir sin una organización jerárquica. Este detalle nos es menor si aceptamos que con las jerarquías el interés personal se acentúa, más allá de si se es neoliberal o no.
¿Cuál ideología es mejor entonces? Según el sociólogo francés, Jean Baecheler “una ideología no es ni verdadera ni falsa, sólo puede ser eficaz o ineficaz, coherente o incoherente”, porque, al fin de cuentas, nos permite transformar las pasiones en valores. Siendo así, la mejor ideología será aquella que balancee atinadamente la condición a la vez cooperadora y egoísta del ser humano, sin desconocer el contexto cultural, pero procurando que sea natura la que subordine a cultura y no al revés. En ese orden de ideas, considero que las ideologías dominantes en nuestro tiempo son harto reduccionistas, porque desconocen que de lo más propio de la naturaleza humana es la tensión esencial, interna o psíquica y externa o social, entre individuo y sociedad, entre el yo y el nosotros.
Es ingenuo el socialismo cuando se convence a sí mismo de que somos cooperadores por excelencia, cuando la evidencia empírica histórica, y no apenas reciente como plantea Monedero, nos demuestra que también hemos sido depredadores con nuestros semejantes, al tiempo que procuramos complacerlos o agradarlos para que nos reconozcan.
Son convenientes, y conservadores a la vez, el liberalismo y sus seguidores, cuando tutelan las libertades y derechos individuales como el bien mayor, argumentando que su búsqueda es lo más propio de la condición humana: la mejor manera de mantener sus privilegios y statu quo. Sí, ya me dirán que hay muchas personas sin estatus que prefieren esta ideología y los valores que promueve al socialismo, a lo que respondo, apoyado en Thorstein Veblen, que no es por convicción, sino porque ellos también quieren pertenecer o emular a la “clase ociosa”, dominante o como se le quiera llamar, para no terminar en el “baile de los que sobran”
De ahí que, si bien la condición humana también varía según el contexto cultural, la tensión entre individuo y sociedad nunca cesa, aunque en cada cultura se privilegie más lo uno o lo otro. Llevar a extremos una de sus partes es la fuente de los grandes conflictos sociales. Esto explica en buena medida la polarización política que reina en tantos países del planeta.
Tal vez es en los sistemas económicos en donde mejor se ven reflejadas las cuestiones ideológicas. Un exceso de individuo deviene en egoísmo y avaricia; en una concentración de la riqueza, que inexorablemente termina desestabilizando la sociedad, atentando contra la vida en comunidad y menguando la dignidad de las personas, en tanto difícilmente se sientan iguales a sus semejantes. Un exceso de sociedad, por su parte, inhibe la autorrealización de las personas y sus posibilidades de reconocimiento, esto es, de ser identificado como un ser único e irrepetible, que sobresale en algo o en algún momento de la manada.
No habiendo ideología perfecta, porque los humanos y las sociedades tampoco lo somos, la más eficaz y coherente, sostenible y saludable, será entonces la que pueda balancear mejor el bien común con el particular. He aquí la veta para que el centro político pueda afirmarse política e ideológicamente.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-munera/