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Somos nuestros símbolos; las historias que nos contamos generación tras generación para reafirmar nuestro sistema de creencias. Nos atraviesan la migración, los incendios, las guerras, comunidades desplazadas, asesinadas o transformadas en esa posibilidad de sincretismos con el roce de otras culturas. A esta experiencia le llamamos, en épocas de capitalismo y globalización, ciudadanía cosmopolita.

Les escribo luego de llevar horas caminando calles desconocidas con demasiadas pieles de algodón sobre mi cuerpo.

Enfrentándome a la ciudadanía cosmopolita hay algo que me ha parecido muy curioso: en estas otras texturas del mundo, sus museos están llenos de autorretratos, las imágenes fijas que cuentan historias son sus rostros, sus vestuarios, sus ataúdes para preservar la muerte; aquello más diverso y colorido son los símbolos robados de otras culturas hace siglos.

Buscando la magia de estas calles, me pregunto por esta capacidad de mirarse tanto, de centrar la mirada siempre hacia adentro, en tu propio ombligo, de autocontemplarse y elogiarse, tanto, que te proclamas como el rey de mundo y decides que sea un león tu símbolo supremo, a quién luego llamas el rey de la selva.

Seguido a ello, pensaba en nuestros terruños, en nuestros símbolos y dioses, nuestra capacidad de adorar el sol, la luna, los mares y las plantas. Nuestra mirada siempre externa, buscando la magia afuera, desarrollando una capacidad de observación infinita a las luces del cielo y las grietas de la tierra, una mirada que a veces nos impide observar hacia adentro.

Sin duda, aquello que estoy planteando no es nuevo; las perspectivas decoloniales nos han gritado a voces dicha necesidad. Nos han manifestado que mientras en estas orillas del mundo se levantó una y mil veces el mismo edificio destruido para seguir contando la misma historia, en nuestras orillas nos han destruido nuestros templos para imponernos cada tanto un nuevo dios, uno que nos enseña a adorar siempre lo externo y no lo propio. En esta relación asimétrica de poder, se sustenta parte de la colonización.

Entonces reflexiono, trayendo a consideración que mientras a estos lugares y sus gentes les falta mirar más hacia afuera para detenerse en contemplar la diversidad desde la horizontalidad, a nosotros nos caería bien detenernos un poco más a mirarnos hacia adentro, autoretratar nuestras formas, contemplarnos un poco más, afinar nuestras múltiples identidades y, por qué no, autoproclamarnos los reyes del mundo, sin ventajas y desventajas ante otros ojos y los nuestros.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/luisa-garcia/

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