En campaña, casi todos los políticos son patéticos. Algunos dan risa, otros generan pesar, y, unos más, rabia, o provocan todos los sentimientos anteriores, como los que inspiran los políticos altruistas: los que se lanzan, básicamente o principalmente, según ellos, por servir al pueblo, porque este los necesita o por ambas razones, y aun a costa de sus intereses y propósitos personales o particulares. Fantoches.
Es innegable que algunos tienen una vocación inquebrantable de servicio público y social, al igual que otras personas que no están en cargos públicos ni aspiran a ellos. No se puede desconocer que la bondad y el altruismo conviven, en mayor o menor medida y en todos los humanos, con la maldad y el egoísmo a la que pretendieron reducirnos Hobbes y otros autores.
Negar y desconfiar de las buenas intenciones es mezquino: habla mal de uno mismo, porque quiere decir o que uno tampoco tienen esas virtudes o, peor todavía, que es el único que las posee. Pero de ahí a que alguien quiera ser alcalde, congresista o incluso presidente, principalmente por los demás, por el pueblo, eso raya en la fanfarronería, esa suerte de vanidad ramplona, que fastidia más de la cuenta.
Si queremos ser políticos respetados, empecemos por respetar y seamos honestos; por no tratar a los demás como idiotas que nos van a creer el cuento de la abnegación (ser brutos es tratar a los demás como si lo fueran). Sin desestimar la vocación de servicio, la principal razón por la que alguien aspira a un cargo público, de elección popular, y más de un nivel de presidencia es un por una ambición, normalmente desmedida, de poder, como lo expuso abiertamente Alejandro Gaviria cuando presentó su candidatura para la presidencia en 2022. Un acto de decoro que pocos han tenido.
Al contrario, algunos no solo alardean de su desinterés, sino que, además, se presentan como redentores: lo hacen porque quieren liberar al pueblo del yugo que los oprime. Lo han hecho (dicho) Uribe, Petro y otros tantos, y ahora la mayoría del medio centenar de candidatos que tenemos, entre los cuales están, para ejemplo, la siempre megalómana Vicky Dávila, cuya enfermedad por el poder ha estado a la vista del país, y que ahora, lejos de los medios, tiene como “plan A a los colombianos”, como lo dijo en la entrevista con Eva Rey, y el elegido Santiago Botero, a quien “Dios llamó a través de un sueño para ser presidente”, para “hacer milagros a través de él”: todo un santo, Eso sí, guerrerista como otros de nuestro santoral, porque ofrece bala a diestra y siniestra, para “los bandidos”. Él es de los buenos, por supuesto.
Pero esta presunción de altruismo no es apenas de los políticos. Muchos de nuestros más connotados empresarios se precian más del empleo que generan que de la plata que producen, así ninguno haya creado empresa para generar empleo sino para ganar planta, como debe ser, y para lo cual, valga el juego de palabras, les toca crear empleo, y no siempre bueno: algunos ofrecen condiciones muy precarias.
No, señores y señoras. No nos traten como idiotas. Así como el ansia de dinero, el de poder y reconocimiento no tiene nada de malo, y más para ocupar altos cargos públicos, para lo cuales se precisa de cierta pasión por el poder. Tal ambición tampoco es incompatible con la vocación de servicio. El asunto se vuelve problema cuando los medios por o con los cuales se consigue el poder no son los más decentes y atentan contra el bienestar de otras personas y de la sociedad en general, lo cual sucede cuando se pretende de manera desorbitante, porque, como dice el refrán, “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
No se vendan ni nos vendan mentiras. Déjense de tanta asepsia política y expongan tranquilamente sus intereses y pasiones. Ocultarlos los hace desconfiables de entrada. Y no es una lección de moral, porque si yo alguna vez aspirará también lo haría, primero y principalmente, por un anhelo de poder o reconocimiento, que son necesidades estrechamente ligadas, seguramente aunado a una vocación de servicio, pero no subordinada a ella, porque a eso se aspira y se llega pensando primero en uno que en los demás, y no al revés, como lo exige el altruismo, que implica anteponer el bien ajeno al propio. Presentarlo diferente es el embuste de gente en la que no se puede confiar y que, con certeza, nos va a defraudar. De modo que, realmente, no estoy en contra del altruismo político, porque simplemente no existe. El título era un pretexto para llamar la atención sobre el tema.
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