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«Contigo» y la experiencia lésbica

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El 14 de febrero, Día de San Valentín, salió un video musical de Karol-G y Young Miko de la canción “Contigo” en el que recrean varias escenas con las que quizá muchas nos sentimos identificadas. Admito que no pude dejar de mirarlo y reproducirlo una y otra vez, con la emoción irracional de quien se sabe representada o narrada en algo. Y puede parecer tonto, pero las lesbianas contamos con muy pocos referentes, por lo que cualquier novedad representa para muchas una alegría y un eterno regreso a la adolescencia, al momento exacto donde descubrimos que nos gustaba alguna amiga y tuvimos un romance digno de una película.

Recordé con amor a la primera chica que amé con locura durante el colegio, y reviví el dolor que sentí en mis entrañas cuando nos descubrieron con las bocas mal parqueadas en un descanso. A mis cortos 12 años tenía mi primera gran revelación: el mundo me odiaba. Ella terminó fuera del colegio en pleno cierre de período y yo, con una “matrícula condicional” impuesta por transgredir la moral y las buenas costumbres del colegio.

Como si no fuera suficiente cargar con la culpa por la salida estrepitosa de mi amiga, por los pasillos corría el secreto de que yo era: enferma, endemoniada, desviada, arepera, cacorra, pecadora, indigna, marimacha, asquerosa. Todas mis amigas dejaron de dirigirme la palabra, sus mamás comenzaron a prohibirles estar cerca de mi porque: “eso del lesbianismo se pega”. La soledad (y la lesbofobia)  fue acabando con lo poquito que entendía del mundo, reprobé el año, y me sumí en la tristeza más grande que puede sentir una niña a esa edad, agudizada por la terapia de conversión -a la que falazmente le llamaban reorientación religiosa- la cual tenía que asistir semana tras semana durante 6 meses para que se me quitaran todos los “males”.

No solo me sentía entusada, incomprendida y sola, una de las medidas correctivas utilizadas en mi contra fue despojarme de lo que más me gustaba hacer en la vida: jugar al fútbol. Desde los 6 años me llamaban Ronaldiña no solo por la incapacidad de mis amigos de reconocerme a través de mí misma y no a través de sus ídolos varones, sino por el regate que tenía y la facilidad con la que se me daba meter de a 8 goles por partido. Desde esa época mi sueño era ser futbolista y presidenta. Una locura absurda para una mujer, aún por estos tiempos. Lo que no tenía en mis planes era que ser lesbiana era tan malo que ni mis regates, ni mi talento ni mi esfuerzo descomunal durante toda mi adolescencia para ser la mejor, iban a ser suficientes para mantener el apoyo de mi familia en mi sueño, con toda la situación me despedí de las canchas y me encerraron en un cuarto. Incomunicada ante el mundo, caía en cuadro de depresión a los 14 años.

La historia no termina igual de trágica a sus inicios, pero hoy, a mis 25 años, siento un vacío en una gran parte de mi adolescencia, una especie de deuda conmigo misma que jamás podré saldar. El haber dejado de jugar fútbol, el fingir la heterosexualidad como medio para alcanzar la libertad, el tener que encontrar la mesura para no ser una marimacha solo para agradarle a la gente… y muchas otras cosas que, de imposición en imposición, se tragaron por completo lo que en realidad siempre fui y deseé.

Por eso cuando salen mujeres a recrear situaciones o experiencias que han transversalizado la vivencia común de las lesbianas, se convierte en algo importante y significativo, en escenarios propios; habitaciones a las que solo nosotras tenemos acceso, en símbolos, vivencias, y lenguajes que solo tienen sentido para nosotras.

Gracias a Carolina y a Maria Victoria. Que ese video le llegue a una adolescente que como yo hace 10 años estaba llena de confusiones, seguramente la impulsará a sentirse menos acorralada en este mundo.

Que el amor entre mujeres nos siga desbordando hasta los huesos.

“Por la calle, venían tantas mujeres

 que no pude pronunciarlas a todas,

en cambio, las amé una por una”.

Cristina Peri Rossi.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/sara-jaramillo/

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