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Recuerdo cuando escuché por primera vez “conciencia de clase” a los 16 años en un plano político académico en la universidad. Fue como si algo en mi mente se desbloqueará. Como les he contado en otras columnas hice parte desde los 5 años de una fundación religiosa que lleva como frase emblema: “liberar a los niños de la pobreza en el nombre de Jesús”. Durante toda mi infancia y adolescencia viví las condiciones de empobrecimiento y aún las veo de manera palpable en mi contexto. Entendí desde muy pequeña que era pobre.  Sin embargo, cuando escuché dicha frase comprendí que la conciencia no sólo estaba asociada a mis condiciones de empobrecimiento; me di cuenta de que las condiciones que habitaba no eran sólo mías, no eran mi responsabilidad ni la de mis padres. Además, pude entender, que nadie nos liberaría de dicha condición, sólo el esfuerzo colectivo podría traer algunas transformaciones. No existen salvadores (aunque algunos crean que lo son).

Esta situación me permitió comprender el lugar que ocupo en la estructura social. Abordar la conciencia de clase no era sólo tener ejercicios reflexivos y discursivos sobre situaciones económicas y sociales, era la oportunidad de identificar como trabajar con otros y otras para transformar dicha situación. Concluyendo que dichas articulaciones configuraban proyectos políticos, es decir, la capacidad de pensar que país nos soñamos y cómo podríamos juntarnos para hacerlo realidad.

“La conciencia de clase es un término utilizado principalmente en el contexto de la teoría marxista para describir el nivel de comprensión que tienen los miembros de una clase social sobre su posición y las condiciones materiales dentro de la estructura de la sociedad. No es simplemente un conocimiento o una comprensión intelectual, sino también un sentido de solidaridad y acción colectiva hacia el cambio social, que surge de la experiencia compartida de las condiciones de vida y trabajo”.

La clase no es un ejercicio individual, no es mero acto discursivo, tampoco sólo es la lectura de las condiciones económicas o la mera interpretación sobre estas. Por ello, se habla de la conciencia como la mezcla entre de la comprensión individual y la activación de la solidaridad.

Sin embargo, pareciera que hoy, las formas de vida, las múltiples modalidades de trabajo, el acceso a la tecnología, las redes sociales y la crisis política y democrática que vivimos, la confusión entre los derechos y los servicios; nos hace creer que hablar de clases puede ser un acto perceptivo, una mentalidad, un estado del cual se sale o se supera con mucho esfuerzo. Nos hace creer que se puede hablar de clases sin tener conciencia de ellas; desconociendo o siendo indiferentes antes las condiciones estructurales que moldean la vida.

Sí aún esta conversación puede ser difusa, basta con hacerse algunas preguntas como: ¿Qué pasa si me quedo sin trabajo?, ¿dependo sólo de este?, ¿cuáles son los salarios de las personas que me rodean?, ¿cuántos veces comen al día?, ¿qué transporte utilizan?, ¿en qué usan su tiempo libre?, ¿Qué tipo de salud acceden?, ¿Cuánto costó sus viviendas?, ¿quiénes me rodean, dependen sólo de su fuerza de trabajo?, ¿cuántas personas más viven como yo?

Y aunque estas preguntas podrían ayudar a situar, les recuerdo que no basta, porque la siguiente pregunta sería, ¿cuáles son mis acciones de solidaridad?, ¿con quiénes las tengo?, Y de manera más especial, ¿cómo concibo el mundo?, ¿cómo creo que puede ser mejor y para quién?, ¿soy privilegiado o afectado por la injusticia social?

Porque no se puede hablar de clases sin reconocer la lucha que tiene explicita; no se puede hablar de clases sin develar el clasismo como postura ideológica; no se puede hablar de clases sin reconocer su carácter político en la organización y la estructura social. 

Aunque este mundo se vea tan líquido, basta con analizar la vida cotidiana para comprender qué lugar ocupamos, pues lejos de ser sólo una percepción, es una realidad material. No hay nada más peligroso que una clase social confundida ante su lugar de enunciación en el capitalismo, o ¿es la confusión un instrumento de la modernidad neoliberal?

Otros escritos de esta autora:
https://noapto.co/luisa-garcia/

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