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Leí en la universidad una frase inolvidable: “la ideología nace cuando dos ideas contrarias pueden coexistir en un sistema de pensamiento”. Me explicó mucho sobre mí mismo, pero también me contó miles de historias sobre los movimientos políticos con los que convivimos. En Colombia, a partir del mal gobierno, están naciendo dos ideologías cada vez más empacadas con esa capacidad de la que habla esa frase.
La primera la ha tratado, sin mucho éxito, de construir el presidente. Ha tratado de apalancar sus contradicciones en una retórica común en presidentes de izquierda. Trata de fortalecer sus cuentos en palabras grandiosas, “paz total”, “gran acuerdo nacional”, “poder constituyente”. Ha sido poco efectivo y poco convincente. Su ideología, sus contradicciones, son frágiles y visibles. No han logrado fomentar un sistema de pensamiento donde puedan coexistir, por ejemplo, un discurso democrático mientras al mismo tiempo declara un golpe blando por el fracaso de sus reformas. La disonancia cognitiva es demasiado grande: no sobrevive.
La segunda ideología ha ido cultivando una potencia casi exagerada frente a la frustración –y podría también ser la rabia– de que haya un gobierno de izquierda. Yo siento impotencia hacia este gobierno incompetente y dañino, pero lo que he llegado a ver en quienes ahora llamaré “libertarios”, que parece ser la nueva rama cool de la derecha, va más allá de una opinión política y parece estar arraigándose en un odio total, sin matices, del gobierno, de sus ideas, y de las personas que lo integran. Esta columna no va a tratar sobre si debemos sentir esos odios apabullantes frente a gobiernos que, aunque estén fracasando en su misión, todavía no han sido opresivos, ni han roto con el sistema de gobierno con el que se eligieron. Lo que sé es que yo no llego a sentir su odio excesivo.
En estas personas se está cultivando una ideología abiertamente contradictoria que está construyendo una retórica poderosa, y de la que vale la pena hablar, porque será con la que tendremos que convivir en el futuro cercano post-Petro. Han movilizado la palabra libertad, que para ellos se parece mucho más a una reducción de impuestos que al derecho de una mujer a abortar. Miran a líderes como Bukele y Milei y creen que las sociedades que ellos promueven son libres. Esto, a pesar de que el primero ha perpetrado violaciones de derechos humanos y una discriminación a la libertad (literal) de miles de salvadoreños bajo una bandera de seguridad. El segundo se burla y busca eliminar un movimiento dentro de su población que no cree en la supuesta familia nuclear y se inclina a favor del lenguaje inclusivo. Usted puede estar de acuerdo con los dos en estas ideas, pero no son acciones que representen la palabra libertad.
En contraste al intento de Petro, muchísimas más personas (jóvenes, además) han empezado a ser capaces de construir estos sistemas de pensamiento libertarios, abrazando sus contradicciones, pasándolas a un segundo plano, por esa lucha con odio hacia este gobierno fallido. Están tan distraídos en sus indignaciones de los escándalos de corrupción, los amagues de la constituyente y la destrucción del sistema de salud, que se rehúsan a parar y mirar para adentro. No estoy diciendo que estos temas no sean fundamentales para el bienestar de millones de personas y la democracia colombiana. Lo son, y me preocupan hasta darme dolores de estómago. Lo que no me parece que excusan, o un efecto indirecto preocupante de ellos, es el crecimiento de esta ideología conservadora que se ha logrado enmascarar de liberal. Una ideología que, calladita, ha convencido a millones de personas de no pensar sobre las suposiciones que hace como sistema de pensamiento sobre el comportamiento del ser humano, pero en vez las ha atraído por ser un lugar desde el cual es fácil indignarse sobre la coyuntura actual.
Al final de este gobierno, además del daño gigante que tendremos que reparar desde la Casa de Nariño, también tendremos que luchar en el campo político con estos libertarios, su retórica retorcida y odiosa, su ausencia de empatía por otros seres humanos, y su falta de matices por la creencia de un bien supremo que no es un dios, sino que es un simple sistema económico. Me gustaría, cada vez, alejarme más de los campos de ideologías, y dar esos debates por lo menos reconociendo mis contradicciones. Quizás lo más peligroso es lo ciegos que estamos a ellas.
Ah, y la frase es de Marx, por si le gustó a algún libertario leyendo esto para que le deje de gustar.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-felipe-gaviria/