Las calles de Guayabal están llenas de una doble vida. La primera, ajustada a las normas de urbanidad; la segunda, nostálgica y menos lúcida. En ambos casos es innegable la presencia de ciudadanos extraordinarios.
Un día en la Comuna 15 transcurre con el agite de las grandes urbes. Cientos de personas caminan, corren o pasean por sus calles con la esperanza de retornar a sus acogedores hogares. Sin embargo, para la población que reside en las aceras, el día apenas comienza al caer la noche.
De repente, algún transeúnte decide ver más allá del estigma que recae sobre estos ciudadanos y se encuentra con otra realidad. Carlos Arango es uno de ellos, que desde 2020 recorre Medellín compartiendo pan, bebida caliente y una conversación con los habitantes de calle. En Guayabal las noches elegidas para estos recorridos inician en los sectores aledaños a Cristo Rey, donde muy pronto en la noche, hombres y mujeres aparecen esbozando una sonrisa; los cambuches y las carretas se abren como apartamentos y sus huéspedes enseñan con orgullo sus aposentos, compartiendo historias tan increíbles como ellos mismos.
Historias como la de Jorge Mario Benjumea, que habita el sector de la Raya desde hace 10 años: “Mi casa es una carreta que construí con ayuda de las empresas cercanas que me regalaron plástico y cartón. No es el mejor lugar de la ciudad, pero es mi casa. Procuro no hacerle daño a nadie, no robo; al contrario, cuido los negocios para ganarme la vida y demostrar que no sobro en este mundo”.
La realidad para los habitantes de calle en Medellín no es alentadora, en la medida que el gobierno actual ha catalogado a este grupo de ciudadanos como delincuentes, arraigando las políticas de exclusión que ignoran su humanidad y sus derechos. Según cifras actualizadas a 2024, en la ciudad hay más de 5.700 habitantes de calle, los cuales, sin ninguna duda, han experimentado el incremento de la violencia física, y la exclusión sistemática por su condición de pobreza, es decir de aporofobia. En palabras de Oscar Alberto Gaviria, quien lleva 22 años en la calle: “Me han golpeado en repetidas ocasiones solo porque vivo en una carpa y trabajo en el reciclaje. Una vez identifiqué al pelado que me pegó y cuando le dije a un policía, este no dijo nada, comenzó a reírse. Yo lo único que quiero es demostrarle a la sociedad que todos los días nos excluye, que quienes vivimos en la calle no somos desechables, somos personas que merecemos vivir, aunque sea como ciudadanos de las aceras”.
Cuando conocí el trabajo que lidera Carlos hace 10 años llegué a una conclusión: la gente no le tiene miedo a la calle, a la noche, ni siquiera a los “ciudadanos de las aceras”; le tienen miedo a conmoverse, a sentir compasión por el otro, y por esto prefieren no generar ningún vínculo con quien la está pasando mal; ignorándolo y con el tiempo eliminándolo del plano simbólico, y en el peor de los casos, como se ha visto durante los últimos días, del plano terrenal.
Hace poco regresé a Guayabal y me enteré que, Carlos y su equipo de voluntarios fueron amenazados por actores armados, quienes les prohibieron caminar en la noche por las calles de la comuna y brindar ayuda a sus habitantes. Ante tal intimidación, un grupo de ciudadanos hicieron un acto simbólico en el parque de la 4 sur con pancartas que decían: “porque todos habitamos la calle, nadie sobra en este mundo”. Las calles de Guayabal están llenas de una doble vida. La primera, ajustada a las normas de urbanidad; la segunda, se encuentra bajo amenaza…
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-carlos-ramirez/