La película, dirigida por Marielle Hellerk y protagonizada por Amy Adams, es maravillosa.
Cuenta la cotidianidad de una mujer que decide dedicarse a la maternidad y posponer su carrera como artista, mientras pasa por la angustia de la repetición, la soledad y el desasosiego que le generan esa decisión. En un giro de fantasía, la madre, dedicada tiempo completo a la crianza del hijo y al hogar, se transforma poco a poco en una perra nocturna (“Nightbitch” es el título original).
Esa podría ser la sinopsis más sencilla de la película. Sin embargo, la película es compleja. Lo primero es la relación entre natura y cultura que nos hace seres humanos. Aquellas partes que narran el estado “animal” del personaje aluden a los actos más primarios, eso que está antes de “civilizarnos”: comer sin etiqueta, correr descalza, apegarse a la manada. Es que aquí, la madre ni nombre tiene.
Hay elementos significativos: la perra se vincula con otras perras. Madres que también transitan por sus realidades y fantasías; por sus logros profesionales en continuo contrapunteo con sus decisiones de maternar. Entre ellas se huelen y se congregan. Encuentran en el vínculo estabilidad, certeza.
Y es precisamente en esa experiencia primaria donde recupera lo que la cultura nos ha dado: la libertad, el arte, la comunidad y también la individualidad. La historia muestra cómo el cuidado del hogar se asume de manera tan distinta entre el padre y la madre; no hay sincronía entre ellos en la manera de asumir el día a día y ella, que decidió “quedarse en la casa” duda, se angustia, se transforma.
La madre piensa en su madre, en lo que fue, en lo que quiso ser. Por otra mujer, la bibliotecóloga, que hace de puente con madres mitológicas, la protagonista busca qué significa ser mamá y por qué esto implica dejar de ser otros roles.
Y, finalmente, aparece el arte como experiencia de síntesis. No renuncia a la maternidad, pero sí establece otras formas de hacerlo; ella, emotiva y racional; libre y sujeta a su entorno, sigue creando.
La película parece un aullido. Un llamado de atención sobre los patrones que hombre y mujeres repetimos sin mayor reflexión y un sentido de urgencia para reescribir los códigos. Y, valga la cuña, no es solo para mujeres madres, porque la pregunta es para todos: qué tan domesticados estamos y esto qué significa en la experiencia humana. Cuáles son los límites y qué debemos transformar ya.
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